Hace un día de puro verano. Cielo azul sin una nube y calor intenso ya desde primeras horas de la mañana.
— Lo mejor que podemos hacer hoy es irnos a la playa ¿no os parece? — propone Suadu.
— ¡Genial! — contestamos todos. Y todos nos miramos entre sorprendidos e incrédulos, pero, sobre todo, ilusionados. Y nos ponemos manos a la obra.
Hay que preparar algunas cosas antes de salir. En primer lugar, la imaginación. Y nada mejor para ello que leer un libro. Y qué mejor libro para esta ocasión que “La canción del castillo de arena”.
Perfecto, ya tenemos nuestra fantasía desplegada a modo de toalla. Cogemos las palas (nuestras manos) y unos cuantos cubos (botellas y regaderas que llenamos de agua) y salimos disparados hacia esa playa cuyo lejano mar acercamos hasta nuestros pies, porque hemos aprendido a ver, como el Principito, que lo esencial no tiene por qué estar delante de nuestras narices.
A partir de este momento, nos dedicamos a la construcción de castillos, cada cual a su modo, pero todos poniendo lo mejor de nosotros mismos.
Fue una mañana de playa preciosa en la que soñamos con nuestro propio mar y con la esperanza de que en un futuro no muy lejano, este sueño se haga realidad.
Niños y niñas de Smara











