VAMOS A ANDAR

Parece que todo está parado, que el sol implacable ha suspendido todo movimiento. Las escuelas están cerradas, y sólo entra en ellas el polvo, que aún se mueve; en las bibliotecas Bubisher los libros hibernan en verano, quietas sus alas de papel; los beits no abren sus puertas hasta que el anochecer deja entrar un remedo de frescor; las lonas de las jaimas soportan, impasibles, el enorme peso de una luz ardiente. Pero los corazones siguen latiendo al ritmo cadencioso del borboteo del agua, que en la tetera sobre la frna se impregna del sabor del té, de los tés del encuentro, la conversación y la templanza de espíritus en cuerpos acalorados. Con el mínimo desgaste de energías, se desperezan las palabras, y fluyen en intercambios de pensares y sentires, entre los que, en estos días tienen más presencia las de recuerdo de las niñas y niños, que están lejos, pasando el verano en casas de familias de acogida extranjeras. Al recuerdo, las palabras añaden agradecimiento, por cuanto, además de aliviarles de los rigores climáticos del desierto, dejan constancia de que sus hijos son depositarios de una solidaridad, por la que saben y sienten que no están solos, que en la andadura hacia el horizonte, que siempre aclara la mirada de los ojos de sus corazones, gravita la esperanza de que el sucedáneo de vida, que ocupa su existencia en el refugio, deje paso a una existencia plenamente vivida.

Sus abuelos y padres han andado ya un largo camino de sacrificios y privaciones, sin que todavía se haya alcanzado la meta, por más que la meta esté ahí, a la espera de que llegue el tiempo de cruzarla y entrar en un mundo nuevo que, paradójicamente, es el viejo, el que nunca debió haber dejado de ser. No se sabe cuántas etapas quedan aún por cubrir, pero sí se sabe que hay refuerzos, que se están preparando para seguir andando un camino, que, para que no lo transiten como una condena, requiere de un acompañamiento solidario, como el que prestan las familias de acogida, en virtud del Programa Vacaciones en Paz, mientras en las wilayas de Tinduf, el calor extremo mantiene todo quieto, menos los corazones, cuyos latidos marcan el paso de quienes saben que está en juego la existencia de un pueblo: el suyo. Vamos a acompañarles, impidiendo que en su exilio se levante el más insalvable y frío de los cercos: el del olvido.

Fernando Llorente

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