SI QUIERES PÁJAROS, PLANTA ÁRBOLES

En la hamada no hay árboles, es una extensión pedregosa y llana, vacía. El sol arde en el horizonte amarillo y todo queda detenido. No existe el tiempo ni siquiera el espacio. El vacío lo llena todo: el sol asfixiante del verano, la arena de las tormentas, el frío del invierno. Allí, en ese infierno argelino, viven los saharauis exiliados, expulsados de su tierra. Piensan en el regreso mientras observan esa nada infinita, piensan en el mar y los árboles que les han robado. Se imaginan tendidos a la sombra de sus copiosas ramas, escuchando el rumoreo de las olas como hicieron sus antepasados. El sueño de esos árboles llevó hasta ellos un pájaro, el bubisher, ese pequeño pájaro del desierto, blanco y negro, que trae buenas noticias y construye bibliotecas en los campos de refugiados saharauis.
En la hamada sí hay árboles. Hace trece, casi catorce años que crecen despacio, con la fortaleza de la lentitud y de los sueños. Las bibliotecas Bubisher tienen árboles plantados en sus jardines, árboles dentro de las páginas de los libros. Árboles en las manos de los niños y las niñas, que saben que allí donde hay un árbol, habrá vida, y que muchos árboles hacen un bosque. Ese bosque es el que construyen las niñas en la biblioteca, con sus hojas coloridas de papel de pinocho, sus troncos de acuarela. Con sus sonrisas.

Mónica Rodríguez

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