¿PERO LOS NIÑOS Y LAS NIÑAS VAN A LA ESCUELA?

 

No es la primera vez que, en el turno de preguntas, después de finalizar una de esas tantas charlas que Kabiak da en las bibliotecas de Navarra, se nos pregunte si los niñas y los niños saharauis hacen vida normal en los campamentos de personas refugiadas de Tinduf.

A mí lo de hacer vida normal, siempre me ha hecho reflexionar ¿qué es vida normal? Ya sé que se refieren a si van a la escuela.

Ante esa pregunta, la respuesta no puede ser otra que gracias a la labor y empeño, que realizó la mujer saharaui cuando construyó los campamentos, hoy en día la tasa de analfabetismo es de 0% .

Dato inverosímil en cualquier otro país africano. Uno de los objetivos del pueblo saharaui en el exilo de los campamentos es de dotar de la mejor educación a sus jóvenes. Es por ello, que toda wilaya tiene su red de escuelas, institutos, centros de formación y bibliotecas. Red de bibliotecas, que gracias al esfuerzo de bibliotecarios y bibliotecarias saharauis y a la asociación Bubisher que se ha consolidado, convirtiéndose en la red nacional de bibliotecas de la República Democrática Árabe Saharaui.

Cuando se habla de educación es común hacer comparaciones con metodologías: que si la de allá es más tradicional, que si aquí los niños y las niñas aprenden más, que si allá son menos disruptivos. Incluso se alude a tiempos anteriores, tiempos en los que se tiene por seguro que la infancia salía más preparada de la escuela y el respeto al profesorado era asunto asegurado.

A raíz de estas reflexiones me ha venido a la cabeza el cuadro de Morgan Weisthing. Dicho cuadro representa una escuela tradicional donde una maestra lee algo que bien puede ser un libro de literatura o de moral, quién sabe. Es digno de ver los gestos y actitudes del alumnado.

Bien es cierto que en tiempos pasados el respeto hacia el maestro o la maestra era un hecho y que a nadie se le ocurría realizar acciones disruptivas violentas, como estamos acostumbrados hoy en día en muchas aulas, pero disrupciones existían, más sutiles: pasar papelitos a la compañera por debajo del pupitre, levantarse haciéndose el despistado, hacer una grulla de papel o simplemente mirar por la ventana para mirar quien pasaba por el patio.

El respeto al trabajo de los maestros y maestras no es cosa de tiempos pasados, hoy se mantiene en la sociedad saharaui, no como en nuestra sociedad. En la sociedad saharaui se valora la labor del profesorado porque creen que la cultura y la educación es semilla de libertad. Sociedad que conserva la sabiduría de que la educación es compromiso y responsabilidad de toda la comunidad y que no cree que la educación de hijos e hijas es parte del proyecto individualista de una pareja.

 

Respeto debemos a esas maestras y maestros que sin contar con los medios que tenemos en las escuelas de mal llamado Norte, a veces con pizarras rotas, con pupitres desgastados, con ventanas sin cristales en el aula son capaces de enseñar y educar a niños y niñas saharauis que en el futuro serán ingenieras, médicos, abogadas, expertos en política exterior, bibliotecarias o lo que ellos y ellas decidan.

Maite Ramos

 

 

 

 

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