EL ABRAZO DE LOS LIBROS

 

Perdón, quería escribir en el título EL LIBRO DE LOS ABRAZOS, pero el duende de las letras se ha puesto a jugar conmigo. Me explico: mientras limpiaba la estantería de los libros, que falta le hacía por cierto, me fijé en que curiosamente tengo este libro de Galeano en medio de otros dos suyos, LOS HIJOS DE LOS DÍAS y SER COMO ELLOS. Pues me parece que me está dando el artículo hecho, me dije, que ese duende juguetón me está obligando a llevar a mi querido uruguayo a cualquiera de nuestras bibliotecas de los campamentos. Ya habló Don Eduardo del Sáhara, de sus muros y de sus injusticias, y sentó cátedra cada vez que lo hizo. Me imagino a ese hombre leyendo un kamishibai en el Bubi de Smara. ¡Qué placer! Su voz, enorme a la par que dulce, se metería a buen seguro en los oídos de las niñas y niños, y de los mayores, quienes escucharían embelesados el cuento de Los tres Mohamed mientras las preciosas ilustraciones irían pasando por el butai acompañando con su cadencia oriental la musicalidad del texto en boca de Galeano.

Por la noche, con un cielo estrellado y único de fondo, un montón de gente nos sentaríamos con él en “la curva” y formaríamos un mar de fueguitos, ninguno de ellos igual al otro, y nos contaría el relato de aquel niño que fue por primera vez al mar, y cuando vio tan gran inmensidad, le dijo a su padre: “¡Ayúdame a mirar!”, o nos intentaría convencer de que, al igual que las uvas están hechas de vino, nosotros somos las palabras que cuentan que somos. Y entre té y té, con su lapicera, la misma que le pidió aquel niño en Ollantaytambo, nos dibujaría en las manos bichos, pájaros, serpientes, dragones. Yo, como me sé el cuento, ya llevaría pintado con tinta negra en mi muñeca izquierda un reloj y se lo mostraría al maestro, y al preguntarme si anda bien, yo le diría: “Atrasa un poco”.

Los hijos saharauis de estos días abrazan los libros del Bubisher y estoy seguro de que Galeano, y yo, y todos los fueguitos de la curva, quieren ser como ellos y disfrutar como ellos, y apasionarse con los cuentos y soñar con las aventuras de los libros, como soñaba la Helena de Galeano montada en un carro de caballos galopando al país donde sueñan los sueños: “Suéñeme, que le conviene. Suéñeme que le va a gustar”.

Javier Bonet

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