¿DE QUÉ HABLAMOS CUANDO HABLAMOS DE LEER?

SÉ IMBÉCIL, NO LEAS. Es el mejor reclamo de campaña para incentivar la lectura que he visto. Cuando leemos libros hablamos de ser libres, no imbéciles, en su sentido etimológico de debilidad. Bueno, y en el otro sentido también. Y punto.

Escuchaba el otro día a un amigo escritor decir a su joven auditorio que él no escribe, que él escrivive. Y cuando uno lee lo que otro ha escrivivido (y lo lee a su manera, que nunca es igual a la de otros lectores) hace pasar por su filtro lo que ve impreso. Que los libros tienen su propio destino ya lo había dejado escrito en el siglo III Terenciano Mauro, somos nosotros, convertidos en dioses, quienes organizamos el destino de personajes y tramas, quienes dotamos de vida a esas letras que se han encontrado como por arte de magia, la magia del escritor-vividor, en un papel en blanco y que están esperando a que nosotros, los lectores, juguemos con ellas a nuestro juego, con esa varita mágica que nos otorga el poder de la imaginación.

Es que leer es elegir entre opciones, es realmente un ejercicio de libertad que eleva al mortal a una condición superior, la de decidir primero qué y luego cómo va a leer. Y es entonces cuando hablamos de ser más libres, más cultos, más críticos, más poderosos, menos débiles. Y nosotros, que nos pasamos la vida haciendo de narradores de nosotros mismos, damos el salto y nos apoderamos del lenguaje de las palabras (el verdadero poder, en mi opinión) para construir el mundo que queremos con los elementos que nos cede el escritor. Y es en ese momento cuando somos realmente libres, nadie nos puede imponer nada que nosotros no queramos.

Dicen por ahí que se está perdiendo la magia de la lectura, acorralada por la magia de otras fuentes más atractivas. Si esto es así, que alguien me explique por qué en Persía, en el siglo X, el visir al-Sahib ibn Abdal al-Qasim Ismail viajaba por el desierto con su colección de 117.000 volúmenes, transportados en cuatrocientos camellos adiestrados para caminar en orden alfabético. Pero es que en la lectura que mi varita mágica me brinda, el visir llegó a Dajla y cuando se encontró en el Bubisher al niño de la foto le entregó ese cuento haciendo que continuara la magia del libro en forma de blanca sonrisa que augura nuevos sueños y nuevas lecturas. Y si, como dice José Antonio Marina, la lectura es, en sí misma, un universo, ese niño sonriente es Dios leyendo, eligiendo, cómo va a ser su universo.

Javier Bonet

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