CON LA LIBERTAD

https://www.youtube.com/watch?v=CG51jHZ6nGY&t=171s

En una ocasión, un excombatiente saharaui, si es que en algún momento un saharaui ha dejado de ser combatiente, me dijo que, aun estando exiliado en un campamento de refugiados, se sentía libre en lo más profundo de su ser, porque de otro modo, ¿cómo iba a poder creer en la libertad de su pueblo, y quererla hasta combatir por ella? No se puede vivir sin sentir la libertad, concluyó.

Paradójicamente, las niñas y los niños refugiados saharauis saben más de libertad que sus hermanos, sometidos al terror en sus ciudades ocupadas, donde en sus escuelas les enseñan que su himno, su bandera y su rey son los del país invasor y ocupante. Es en sus casas, donde sus familias les corrigen, enseñándoles que ni ese himno ni esa bandera son los suyos, y que no tienen rey, sino Presidente. En las calles, los niños ven la lucha de sus mayores por la libertad, y no es difícil aventurar la confusión mental de niños y adolescentes ante enseñanzas contradictorias. Tienen el mar cerca, sí, y en el aire los pájaros baten sus alas, pero no tienen fácil “sentirse pájaros” o “sentirse mar”.

Sí lo tienen más fácil sus hermanos refugiados, a pesar de que el mar está lejos, y bajo su cielo sobre todo vuelan negros córvidos, con sus aciagos graznidos. Y celebran en libertad, sin temor a sobresaltos, los ritos familiares, que son el armazón cultural de la identidad de su pueblo, sin interferencias perversas. Y juegan sin la prevención de que un colono enemigo, quizá también niño, venga a matar la alegría del juego. Acuden a las escuelas, donde las enseñanzas se compadecen con las que reciben en sus jaimas y en sus beits. Sí son beneficiarios por igual, a uno y otro lado del muro del amor de sus familias y vecinos, que es garantía de que nunca flaquee su espíritu de resistencia, para vivir la libertad en lo ho0ndo de sus corazones, como me dijo, un día, aquel (ex)combatiente:

 

“con las manos yertas, aunque la miseria

Derrumbe las puertas, aunque naufraguemos

Sin estrella ni puerto, ¡libres! ¡siempre libres!”.

 

Desde hace unos años, los niños refugiados cuentan con un lugar, donde acudir a hacer acopio de libertad. Allí, en su nido, les espera, complacido y complaciente, un pájaro de buenos augurios, el bubisher, que pone sus buenos oficios de pájaro amigo, en enseñarles a volar, a “sentirse pájaros”. Y salen del nido hacia sus casas con la porción diaria de libertad en la mochila.

Fernando Llorente

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