COMETAS PARA MIRAR ALTO

Las cometas han sido históricamente parte de la vida cultural, social, científica o religiosa en la mayoría de las culturas; poseen esa peculiaridad que les permite adaptarse y mimetizarse con la cultura que las maneja. Sirven para celebrar efemérides, despedir malas rachas o impulsar nuevos vientos, para combatir, para denunciar, pueden incluso ser instrumento filosófico de vida, pero sobre todo sirven para disfrutar. Es el divertimento popular estrella por su gran accesibilidad a todas las personas y clases sociales.

Por eso los ojos y la mano del gran Candido Portinari (1903-1962), pintor brasileño, artista humanista muy comprometido social y políticamente con su pueblo y la lucha contra la injusticia social, quisieron también llevarlas al lienzo a través de su obra Meninhos soltando pipas.

Portinari exploró la vida de la gente común, la de las clases trabajadoras de las que él provenía, quiso dar voz a los que no la tenían. Ilustró los aspectos más simples de la vida brasileña con extraordinaria lírica y gran delicadeza, como la que desprende esta obra donde unos niños juegan con cometas, símbolo de libertad y diversión. No están las niñas, todavía más castigadas que ellos por la desigualdad, pero vemos niños que brillan en el espacio horizontal inferior mate de tonos arenosos que les hace pertenecer al plano terrenal; manejan hilos que rompen por la vertical para atravesar al espacio superior azul melancólico, más oscuro pero más fresco y sereno, donde Portinari ha colocado las velas de las pipas, simulando quizás sueños difíciles de alcanzar. Se diría que nos está sugiriendo la sencillez de la vida cotidiana de estos txikis, en un entorno no muy favorable para ellos y quizás por eso, también nos están dando la espalda.

La imagen de la niña saharaui con su vestido rojo, tan concentrada en el juego y que levantando su brazo consigue, que no es poco, despegar unos centímetros por encima de la arena la cometa amarilla, nos está hablando de lo mismo, de la sencillez de la vida cotidiana en la dura vida de los campamentos, en esa humilde comunidad donde el simple juego con una cometa se convierte también en símbolo de libertad y diversión, por unos momentos. Quien tomara la foto, como Portinari, seguro que lo hizo también impulsada por una mirada humanista, en este caso la que denuncia la injusticia política y social que sufren las personas saharauis.

Portinari por su activismo político también se vió obligado a vivir en el exilio, en Uruguay. Por eso y porque Estados Unidos le negó en 1957 su visado, la ONU inauguró ese año sin su presencia la majestuosa obra Guerra y Paz, dos gigantes murales donde Portinari denunció “la violencia, la no ciudadanía y la injusticia social” y que la ONU estampó en la pared principal del hall de entrada a la sala de la Asamblea General, en el espacio más importante de su sede en Nueva York, a fin de que los y las delegadas se vean cara a cara con la Guerra al entrar al edificio, y con la Paz al salir.

!Vaya paradoja histórica! Mientras Portinari veía vetada su asistencia, la ONU colocaba paneles de libertad y España desoía sus recomendaciones para un poco mas tarde convertir el Sahara Occidental en la provincia española 53. Toda la injusticia bajo supervisión de una ONU que todavía no ha trabajado lo suficiente para solucionar este drama y que hoy permite que su Consejo de Derechos Humanos sea presidido por la monarquía causante del conflicto.

Portinari en su exilio tan lejos del Sahara y preocupado por injusticias más cercanas, probablemente no hubiera podido imaginar qué desgracia acarrearía aquella vulneración de derechos. Porque de haberlo sabido, sus ojos y su mano también habrían llevado al lienzo la niña saharaui vestida de rojo y jugando con la cometa amarilla, brillante, mirando alto, con ambos brazos bien levantados, rompiendo al viento ya la vela de su cometa, y arropada entre los meninhos soltando pipas.

Koro Azkona

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