UNOS 170.000

Me preguntaba un vecino el otro día cuantos saharauis viven en los campamentos de refugiados de Tindouf y yo le contesté “unos 170.000”. Me quedé preocupado por esta respuesta y quise indagar sobre la exactitud de la cifra, para poder proporcionar a esa persona datos más precisos. En cuanto empecé apenas a escribir las palabras clave en el buscador de Internet y antes de que preguntara por los saharauis, me aparecieron los datos sobre la población refugiada ucraniana residente en España. Señalo alguno de estos datos: hasta el 16 de febrero de 2023 han obtenido este estatus 167.596 ciudadanos y residentes de Ucrania (el 63% mujeres y el 37% hombres), según los últimos datos del Ministerio del Interior.

Hay 37.208 refugiados ucranianos escolarizados en España desde que comenzó la invasión. El 36,2% se concentra en Educación Primaria (13.500), el 23% en Educación Secundaria y FP Básica (8.570), el 19,1% en otros estudios como Escuela Oficial de Idiomas y Educación de Personas Adultas (7.116), el 15 % en Educación Infantil (5.613) y el 3,1 % en Bachillerato y FP Grado Medio y Superior (1.178).

Y es que hasta el propio INE, en un ejercicio de agilidad, ha elaborado una sección específica para el seguimiento estadístico de la evolución de la población de nacionalidad ucraniana en España.

Y esta precisión contable se ha conseguido ¡en un solo año!, lo que me parece estupendo. Pero reflexionaba sobre cómo, por otro lado, y después de 42 años las autoridades españolas (de toda tendencia política) han sido incapaces de responder de una manera mínimamente responsable a las necesidades de los saharauis, ese grupo de conciudadanos nuestros, empujados al exilio, a la guerra y a la mortalidad infantil y acogidos en el borde del mapa por un país vecino.

Y han tenido que ser los ciudadanos de a pie los que hemos tenido que poner nombre a cada uno de esos saharauis compatriotas nuestros y en vez de decir unos 36.000 en Ausserd, unos 50.000 en Smara, unos 19.000 en Dajla, unos 50.000 en El Aaiun y unos 16.000 en Bojador, llamarles por su nombre como a Mina, Hassana, Hamudi, Bachir, Mahmud, Draisa, Gajmula, Maluma, Izza…y todos los que citamos en esta revista.

Y han tenido que ser los ciudadanos de a pie los que les han traído en el verano a su casa para que conozcan a sus hijos y jueguen y confraternicen con ellos. Y una asociación de cuentistas, de escritores de cuentos, junto con un pequeño ejército de hacedores de sueños construir cinco bibliotecas con un grupo entusiasta de trabajadores saharauis.

Por eso si al leer estas líneas sumas los refugiados de las cinco wilayas, podrás comprobar no solo la similitud de las cifras sino, que a pesar de las matemáticas, al sur del Mediterráneo, los números no cuentan igual.

Emilio Sánchez Blanco

 

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