UNA PAREJA SIN HIJOS

Durante tres o cuatro semanas, al lado de nuestro frig, estuvo acampando una pareja que vivía bajo el abrigo de una pequeña jaima. Era tan diminuta que apenas cabían los dos. Por eso, a veces dormían debajo de una talha, acacia. No tenían hijos, comentaba la gente en el frig, campamento nómada, pero poseían un enorme rebaño de cabras, que era la envidia de muchos.

Todos reconocían que era el mejor rebaño que se había visto en mucho tiempo, sí, pero… Siempre la gente con el pero. ¿Cómo era posible que no vendieran una parte y se compraran una jaima grande para protegerse del frío o del calor?, se preguntaba más de uno. Ser dueños de aquel rebaño hermoso y no sacrificar de vez en cuando una cabra, y disfrutar del delicioso sabor de carne asada sobre la leña de askaf, es de gente laaga, desdichada. ¿Saben ellos que van a morir?, decía otro, ¿Esta familia conoce qué quiere decir la palabra sequía, que puede diezmar todo su rebaño en pocos días? ¿Quieren que quede de herencia a otros?, comentaba alguna mujer.

Aunque Dios les dio el arte de acumular un rebaño tan magnífico, también les privó (pobres desgraciados), de tener descendencia. Morirán y quedará en manos de parientes golosos y sin misericordia, que no pararán de manchar sus cuchillos de sangre hasta acabar con la última cabeza, que la pareja reunió con tanto esfuerzo y privaciones. ¿Saben ellos eso?, remataba el hombre más locuaz en medio de la ronda del té, saboreando las palabras hirientes con el mismo placer con que se degusta el té.

—Claro que lo saben, la cuestión es por qué no actuan como los demás —comentaba alguien.
—Eso es un asunto de ellos, dijo el más anciano de nuestro frig, y todos nos quedamos callados sin atrevernos a mirarnos unos a otros.

Callados como ellos, que no hablaban con nadie. ¿Hablarían entre ellos?

Unos días después, la pareja, quizás para escapar de ese destino, de ese vacío del que a menudo hablábamos, y que ellos no escuchaban pero sí leían en nuestras miradas y gestos, decidió celebrar su divorcio. Sacrificaron un par de corderos y dejaron carne para repartir entre todas las jaimas. Luego dividieron el rebaño en dos mitades. El hombre se llevó su parte del rebaño en dirección sur. Se marchó, para siempre, tal vez, con la intención de casarse y tener hijos.

La mujer se quedó cerca de nosotros en su pequeña jaima engordando su rebaño.

Liman Boisha

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