TRES VACACIONES

Hace ya bastantes años, en la inicial Escuela de Mujeres 27 de Febrero, hoy wilaya Bojador, conversaba con un adolescente saharaui, que estaba recién llegado de unas vacaciones en Wisconsin (¿?). En un determinado momento, le pregunté que dónde preferiría vivir, si en EEUU o en los campamentos de refugiados. No dudó en su respuesta: en el campamento, con mis padres. Aún, le pregunté que si tuviera que elegir entre vivir en el campamento de refugiados o en la badía, su opción fue rápida y segura: en la badía, con mi abuelo.

El curso académico ha terminado, los escolares han abandonado las aulas. También las bibliotecas Bubisher han cerrado sus puertas, por vacaciones, y sus bibliobuses han parado los motores. Durante dos meses, los libros estarán esperando el regreso de quienes han iniciado ese periodo anual, que requiere otras formas de pasar el tiempo de descanso escolar. Unos, permanecerán en los campamentos, con sus familias y vecinos, sorteando, con los recursos que tengan a mano, los rigores de un clima de extremo calor, pero sin renunciar a los juegos, en la jaima y al aire libre, con los amigos, cuando, a una determinada hora, los cielos den una tregua; otros, viajarán a distintos destinos, en España, Italia…, quizá con climas también extremos, pero con la defensa de las playas, las piscinas, los helados, los parques… y siempre protagonistas de actividades lúdicas e instructivas. Y algunos saldrán de los campamentos, camino de la Badía.

Desde la reanudación de la guerra entre el Frente Polisario y Marruecos, ha disminuido la población saharaui, que tenía sus jaimas desperdigadas por su desierto, al Este del muro, que divide su territorio y separa a las familias desde hace más de 40 años. Pero en enclave como Tifariti y Mheiriz permanecen firmes jaimas, en apariencia frágiles, pero que acogen el espíritu de resistencia de quienes las habitan casi todos saharauis de edad avanzada, que respiran el aire sanador de su tierra, que sopla con más frescor, que en los campamentos de refugiados. Y ahí, con sus abuelos, pasarán, en todo o en parte, el verano algunos niños, adolescentes y jóvenes, hasta que en un nuevo curso de abran las puertas de escuelas y bibliotecas. Y será la palabra de sus mayores las que las que desgranen leyendas, cuentos, versos, proverbios, al abrigo de las estrellas, las almas del desierto. Y hasta llegar la noche, es probable que pasen el día, solos o acompañados, según edades, llevando los rebaños de cabras en busca de matojos de askaf, con los que alimentarse. También es probable que lleven con ellos el loh, tabla en la que el abuelo haya escrito uno o dos versículos del Corán, que el pequeño pastor debe memorizar y meditar sobre ellos, para, a la vuelta, al atardecer, repetirlos, y responder a las preguntas, que sus mayores, formulen, y, y también, formular las propias.

  • A los jóvenes no les cuesta memorizar los versículos. La Badía es la gran memoria del desierto, y la memoria del beduino está integrada en ella – me dijo en una ocasión, en su jaima, el venerable Mohamed Mohamed-Chej Henchi, con el que su hijo pequeño pasaba sus vacaciones, en la badía.

Cuando regresen a las aulas de las escuelas y a las salas de las bibliotecas, y se reencuentren con quienes permanecieron en los campamentos, y con los que viajaron lejos y las arenas que pisaron fueron las de las playas, será el momento para el intercambio de tres vivencias distintas y un solo verano verdadero: el de unas vacaciones felices. Cada una con sus programas. Escritos o no.

Fernando Llorente

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