Le mando a mi amigo Javi unas imágenes que he tomado hoy en Dajla, en las que se ve a un montón de niños y niñas de los campamentos saharauis entrando por primera vez a una biblioteca del Bubisher. Y él me contesta con una de su nieto ¿leyendo? atentamente un cuento. Veo su apuesta y envido más, le mando otra de unas preciosas pequeñas abrazando libros mientras Faluca les cuenta El libro que duerme. 

Me hace hincar la rodilla con su contraataque: su enano lector pasa el dedo por un libro al borde de la piscina. Y encima el abuelo me acaba de matar cuando, cruelmente, me recuerda que, mientras los locos saharauis del Bubisher andan repartiendo vidas en forma de libros, otros niños, hoy mismo, están siendo masacrados, posiblemente abrazados a un cuento.

Los unos en Dajla, el otro en Cantabria, no están haciendo otra cosa que perpetuar  algo que nadie puede arrebatarle al ser humano, su curiosidad, sus ganas de aprender, de dotarse de combustible para sus sueños. Y tú, y yo, y, sobre todo, las valientes bibliotecarias saharauis del Bubisher, no somos sino surtidores de esa gasolina maravillosa.

Javi, no me queda otra que pedirte tablas en esta partida entre tu nieto y las niñas de Dajla. Pero te planteo otro reto en el que, a buen seguro, me ganas, que para eso eres escritor: danos tu interpretación de esta partida, da la réplica ttú a este artículo… porque tu nieto aún no escribe, ¿no?

Javier Bonet