Dejadme pertenecer a alguna parte, ser vecino, saludar a un conocido aunque sea de paso; poder comprar una pieza de fruta y leer un periódico atrasado con noticias de casa -que ha llegado un barco y cuál es su mercancía-o saber de algún natalicio, de una boda. Sin noticias del frente, donde luchan mis hijos y los hijos de los enemigos.
Finales de mayo y primeros días de junio de 1937, batalla de La Granja.
Sobre el altozano donde se encuentra el cementerio, los participantes en la Asamblea anual de la Asociación de Escritores por el Sáhara Bubisher rememoran las circunstancias de esa batalla, en la que en pocos días cerca de tres mil hombres perdieron la vida. A escasos metros, en ese pequeño y desangelado cementerio, descansa Javier Reverte -gran amigo de la causa saharaui- con un breve epitafio: Vecino de Valsaín. Él, que viajó por todo el mundo, también quería un lugar remoto al que pertenecer, donde jugar a las cartas sin que le importunaran las causas en las que se empeñan los hombres, causas a veces justas pero terribles.
Ahí, en ese espacio abierto, iluminado por el verde luminoso del bosque cercano, hemos rememorado a Bertolt Brecht, quien estuvo a punto de ser expulsado del colegio por un comentario de texto heterodoxo sobre la frase de Horacio: “Dulce et decorum est pro patria mori”. Y que en 1937, desde su exilio en Dinamarca, envió al Congreso de Escritores Antifascistas, que se reunió en Valencia, en plena Guerra Civil, el siguiente poema:
Mi hermano era piloto, / un día recibió una postal, / empaquetó sus cosas / y al suroeste lo vi marchar. / Mi hermano era un conquistador, / nuestro pueblo vive estrecho / y eso de hallar espacio es, / entre nosotros, un viejo sueño. / La tierra que mi hermano conquistara / está en la Sierra de Guadarrama / y mide 1 metro 80 de longitud: / poco más que medía su ataúd.
Aquí, en esta asamblea anual, hemos renovado de nuevo nuestro compromiso de mantener cinco bibliotecas en los campamentos saharauis, cada una con su breve jardín, con sus solícitas bibliotecarias; un guardián mayor y respetado que calienta su té en un hornillo y el conductor del bibliobús que descansa bajo las estrellas al lado de su vehículo en una estera, esperando partir al otro día a los colegios donde las niñas y los niños sueñan.
Para eso hay que pulsar las cuerdas del alma de una sociedad acomodada, que carece de memoria, que teme a los otros, que no se da cuenta de que ya es periférica. Por eso nosotros solo tememos a los hombres de un solo libro.
Emilio Sánchez