Hacía mucho tiempo, más allá de los dos años, que mi jaima madrileña no estaba tan llena de vida y alegría.

Había invitado a un reducido grupo de amigos por aquello de seguir con las recomendaciones sanitarias. Las horas previas al encuentro me encontraba nerviosa, porque era la primera vez que algunos de ellos visitaban mi casa, y otros no la habían visto con la última reforma y quería que se sintieran bien acogidos.

Y llegó la hora a media tarde y el timbre empezó a sonar. ¡Qué alegría! ¡Qué emoción! Por fin estaban aquí. Abrazos, besos y un sinfín de algarabías .

Algunos traían viandas para compartir, hechas con mucho cariño, otros cajas de libros para engrosar el fondo de nuestras bibliotecas y, como no, nuestra tesorera dispuesta a vendernos el último libro del catálogo Bubisher: “ Una mujer que espera”.

Los niños enseguida tomaron posición para sus juegos y travesuras, ¡que divertido visitar otra casa que no es la tuya!

La tarde fue trascurriendo y todos estábamos encantados de este reencuentro tan necesitado. Las risas iban y venían, las conversaciones a veces un poco atropelladas por el ímpetu que poníamos a pesar de frío que entraba por las ventanass (puñetero covid).

Y como tema central de conversación, nuestro querido proyecto “Bubisher”. Un hermoso proyecto que nos mantiene unidos hace ya muchos años. Recordamos momentos, días y viajes a los campamentos con la esperanza de poderlos retomar. Momentos también para compartir los éxitos de nuestros compañeros saharauis, que ahora más que nunca están sacando adelante el proyecto.

Nos reímos mucho cuando llego el momento de hacernos una fotografía para la posteridad. ¡Mascarillas fuera! ¡ no respiréis durante 20 segundos! Y otra vez las risas sonaban como melodía celestial.

Fue una tarde-noche maravillosa difícil de olvidar. Todo aquello que se hace desde el corazón y pensando en los demás siempre da sus buenos frutos.

Candi