REENCUENTRO

Repasando una vez más las huellas del tiempo a través de la distancia, volviendo a recorrer las venas del desierto sin detenerme a analizar los efectos del calor y el viento, me doy cuenta que mis sentimientos albergan la memoria de mis ideas que me hacen revivir cada kilómetro, cada montaña, cada duna y cada acacia espinosa que sale a un fugaz y permanente encuentro en busca de una reconciliación del alma con el cuerpo. A pesar de los años y el tiempo. la enciclopedia del Sahara y de la vida nómada sigue su hoja de ruta: los beduinos persiguiendo sus rebaños en una interminable búsqueda de mejores pastos, el desierto ofrece su cara más dura, el calor y la sequía, pero la belleza de sus montañas acompañada por esos enormes frig que se esparcen entre la frontera del Sahara Occidental y Mauritania son la esencia primitiva de su belleza, porque ellos ofrecen junto a la tierra lo más natural del Sahara. Volver hacia el principio de cada cosa en busca de encontrar el sentido y la esencia a cada sabor y color que abrazamos es comprender que la vida es una estación única que nos ofrece diferentes paisajes en cada momento; porque los paisajes del alma son la esencia de la vida. Los saharauis somos hijos del desierto que nos ofrece dureza, paciencia, sobriedad y nobleza; de allí se nutre y fecunda nuestra leyenda como nómadas y beduinos curtidos bajo el sol y el viento, nuestras palabras son húmedas porque nosotros perseguimos la humedad de los sentimientos. Cuando la vida impone su ritmo y nos invade una sensación extraña, los saharauis siempre conservamos intacta parte de nuestro ser que se activa cuando miramos el desierto profundamente como queriendo hacer un ejercicio de lealtad a su parte más remota. En una noche en que las estrellas se adueñaron del cielo azul de la badia, mi madre me despertó a las cinco y me dijo: “Hijo, mira qué luz más brillante en el cielo, no es una estrella, ¿qué será entonces?. Yo inmediatamente clavé la mirada en el cielo, entendí que la noche y las estrellas son los ojos del inmenso vacío y aquella luz misteriosa podía ser el espíritu de algún nómada que quiso buscar fortuna entre las estrellas. A partir de esa noche comprendí que el cielo de mi tierra es libre de ejércitos, de resoluciones de las Naciones Unidas, libre de misiones de paz y guerra; yo y mi madre fuimos por un instante dueños de la noche y compartimos juntos el sueño de cada estrella que viaja lentamente hacia el otoño.

ALI SALEM ISELMU, poeta de La Generación de la Amistad

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