PRIMER VIAJE A LOS CAMPAMENTOS

 

Habíamos leído y releído artículos sobre la historia del pueblo saharaui, pero ninguna lectura previa nos había preparado para la intensidad de ese primer contacto con los campamentos. Ningún relato, ninguna fotografía podía captar la extraña paz que se respira allí; el duro paisaje, de contrastes, donde la vida de miles de personas parece suspendida en un paréntesis de tiempo y lugar. Los campamentos son, en esencia, una manifestación de resistencia, bastiones de identidad. Durante los primeros días, el horizonte infinito parecía desafiarnos a abrazar este mundo, sin prisas.

En el beit de Suadu entendimos por primera vez que la hospitalidad saharaui, profunda y generosa, es un acto de fortaleza, su forma de resistir, de construir puentes donde otros han alzado muros. Suadu, con una gracia serena y gestos amables, nos ofrecía más que té. Nos sirvió el primer vaso, amargo como la memoria del exilio inacabable. El segundo, dulce como la amistad que se va hilando despacio. Y el último, un pacto tácito, la promesa de un mañana, la certeza de un regreso. Sorbo a sorbo, las fronteras se disolvieron y sentimos que el desierto nos acogía a través de ella. Comprendimos que aquel líquido no era solo una bebida, sino una metáfora de la vida misma.

En las bibliotecas Bubisher nos dimos cuenta de la importancia de los libros en este lugar. No son solo objetos de lectura; son puertas, ventanas, espejos, alas, brújulas que transforman a quien se atreve a abrirlos. Son un símbolo de lo que aún queda por construir, un pequeño refugio de esperanza, una promesa de libertad. Allí el aire se llena de un lenguaje universal: el de las sonrisas, las complicidades e historias compartidas. Las bibliotecarias, guardianas de palabras y tejedoras de sueños, nos recibieron con la calidez de quien entiende el valor de cada página.

En nuestro primer viaje, hemos aprendido que la hospitalidad saharaui desafía la lógica del exilio, que no es un gesto, es una forma de vida, un acto de dignidad. Hemos visto que los campamentos son un espacio lleno de significados, de historias, de silencios, de una riqueza que va más allá de lo visible. Bajo un cielo interminable, hemos sentido el peso de cincuenta años de lucha, la humanidad que late y el eco de una realidad que se niega a ser silenciada. Hemos comprendido que la resistencia de este pueblo es una fuerza que vive en lo cotidiano, en cada rostro, en cada sonrisa, en cada paso, en cada día que pasan en el desierto.

Regresamos, pues, con un tatuaje invisible que nos recordará siempre el valor de la esperanza entretejida en medio de la hamada.

Laia Sisteró y Núria Guixà

Un sincero y profundo agradecimiento a nuestros mentores (Javi, Palma, Blanca, Ángel, Fernando y Geli) por habernos animado, acompañado e instruido con su sonrisa siempre dispuesta. Y nuestra gratitud a todos los compañer@s con quienes hemos compartido tantos momentos y vivencias inolvidables.

 

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