– ¿Sabes?, ayer un señor le dijo aquí mismo a una niña, que estaba leyendo, que lo mismo que ella leía, los personajes del libro también la leían a ella y le decían cosas. Le dijo que él lo sabía desde que, siendo también pequeño, su madre se lo decía cuando le veía leyendo.
– O sea, que ¿cuando un personaje le dice algo a otro, también nos lo está diciendo a nosotros?
-Supongo que sí, que algo así, sobre todo si nos gusta lo que dice.
– Claro, y si, además, lo que hace es algo que nos gustaría hacer a nosotros, ese personaje es nuestro preferido, y sin darnos cuenta nos olvidamos de nosotros mismos y queremos ser él, y no sólo mientras estamos leyendo. Todos tenemos unos personajes preferidos que, sin darnos cuenta, nos acompañan.
– Tan sin darnos cuenta que no lo había pensado hasta que oí lo que el señor de ayer le dijo a la niña, que parecía, por pequeña, estar empezando a verse delante de un libro.
– Nosotros ya no somos niños, tenemos más lecturas, hemos conocido a varios personajes, pero, ¿tú te habías dado cuenta de que lo que decían te lo decían también a ti?
– La verdad es que no, que siempre pensé que eran cosas entre ellos, aunque también es verdad que prefería unos a otros, como si yo también tuviera algo que ver en todo ello.
– Yo puedo decir lo mismo. Mira, vamos a hacer una cosa: vamos a leer este libro en voz alta, como si lo representáramos. Nos repartimos los personajes sin conocerlos y nos decimos lo que ellos se dicen, y con lo que no estemos de acuerdo se lo decimos, diciéndonoslo a nosotros.
– Estupendo. Es lo bueno que tienen los libros, que puedes discutir con sus personajes sin pasar de las palabras, sin que nadie se enfade.
Pues, a ello. Empecemos.
Fernando Llorente