Miro el cielo y veo las bandadas de pájaros que viajan al sur. Hay una luz dulce de higos, un asombro, las hojas sobre el suelo; es otoño. Todo madura. El horizonte es más distante, las noches más oscuras, las mañanas más leves, dice Emily. Y hay una transparencia en el aire y hay pájaros volando hacia el sur. Pienso en ese sur y llego al desierto. Allí también comienza el otoño, la estación del color, pero en el desierto no hay color. El aire se enfría y todo es ocre y noche y luego otra vez ocre. La luz en los ojos. Jaimas, casas de adobe. En las melfas de las mujeres están los colores. En las mejillas de Leila que camina hacia el Nido, la biblioteca del Bubisher. No hay frutos en la estación de la esperanza en el desierto. No hay castañas ni nueces ni membrillos. Todo es arena en el aire y a veces también una lluvia torrencial y desesperanzada que llega y se va. Queda su destrucción y los charcos y después nada. Pero otoño es la estación del comienzo. Y allí, en los campamentos, empieza el curso, empiezan las visitas del Bubisher y todo se llena de color, de frutos. De bandadas de pájaros que son ideas en las cabezas de los niños, mientras yo alzo la mía y veo pasar estos otros pájaros que anuncian un camino, un nuevo comienzo, la esperanza en los ojos resplandecientes de un niño que abre por primera vez un libro. Y lee.
Mónica Rodríguez