Dos automóviles circulan por una wilaya. En muchas ocasiones pude ver, y en algunas les acompañé, cómo jóvenes, a falta de otra actividad más productiva o más satisfactoria, pasaban el tiempo del anochecer, antes del rezo, circulando por las afueras de sus wilayas, sin ningún destino, sólo quemando horas vacías de sus vidas y el combustible de los depósitos de sus coches, a la velocidad máxima, que el estado de los vehículos permitía, como queriendo evadirse de una realidad dolorosa.
Quizá lo sabía el venerables y venerado poeta Badi Mohamed salem, muerto, con avanzada edad en 2019, de modo que mientras yo preparaba el que fue el libro “Tiris, espiritualidad saharaui”, a cuya presentación asistió en la biblioteca Bubisher de la wilaya Smara, mantuve varias conversaciones. En aquellos encuentros, ocupó una buena parte del tiempo su convencimiento, entre el lamento y la rabia, de que los jóvenes saharauis habían llegado tarde a la cultura saharaui, que ya no calaba en sus espíritus. Entre otras causas, los medios de transporte a motor formaban parte de sus argumentos contra un progreso, por el que la velocidad y el ruido compiten con ventaja con la serenidad y silencio, que deben presidir los momentos de esparcimiento del espíritu. Pero no sólo, también eran objeto de sus admoniciones los avances tecnológicos, que mantienen a los jóvenes frente a unas pantallas, consumiendo ficciones poco instructivas y, sobre todo, muy alejadas de las enseñanzas de los versos, narraciones y leyendas, transmitidas en la cercanía de la oralidad, que hablan de lo suyo y no de historias extrañas, se quejaba el viejo poeta. Así, y más, entonaba Badi un réquiem por una cultura, la saharaui, condenada a su acabamiento, porque, según su sentir, ya no era la cultura de los jóvenes. De nada valía que yo le contrargumentara con la vigencia de los “ritos de jaima”, donde se concitan las costumbres tradicionales de su pueblo, según feliz título de un libro del también poeta, joven, saharaui Liman Boicha; o con la evidencia de cómo los jóvenes, desde la adolescencia, son fiables oficiantes, del rito presente en todos los demás, el del té; o de cómo las niñas juegan a ser mayores vistiendo con soltura la melfa -té y melfa, señas de identidad del pueblo saharaui; o con la constatación de que en su desierto conviven pacíficamente el Land Rover y el camello, cada uno a su ritmo; o con el hecho de que, si en lo culinario no se pueda ir más allá del cuscús con las salsas de carne o de verduras, no se debe a que las recetas de las comidas tradicionales hayan ardido en el fuego del olvido, sino por la precariedad impuesta por la realidad del refugio; o de cómo su solo nombre, junto el de otros venerables poetas, ilumina el rostro de adolescentes, con simplemente oírlos con veneración a sus mayores.…De nada servía. El bidani no se apeaba del convencimiento de que la cultura saharaui estaba feneciendo en el descuido de los jóvenes.
No, tengo para mí que las formas y los valores tradicionales de la cultura saharaui no están en peligro, que los saharauis los conservan y los practican allí donde estén, sea en los campamentos de refugiados, en la badia, en sus ciudades ocupadas o en la diáspora. Pero, por si los recelos de Badi pudieran ser una realidad un día, me he enterado por una entrada de un poco más abajo, firmada por su bibliotecaria, que en la Biblioteca Bubisher de la wilaya El Aaiún han abierto “una exposición que contiene materiales, libros, juegos y actividades relacionadas con nuestras tradiciones”, con el fin de “acercar a los niños y niñas a cuentos y narraciones de su sociedad y cultura”, porque “reconocer la cultura propia y valorarla es parte de la educación que queremos que reciban las nuevas generaciones”.
Las bibliotecas Bubisher, guardianas y difusoras de la cultura, en general; de la saharaui, en particular. Si lo hubiera llegado a saber, al venerable y venerado poeta Badi Mohamed Salem, le habría proporcionado una profunda tranquilidad de espíritu.
Fernando Llorente