Como si de un lienzo se tratara, tres composiciones se despliegan a modo de pinceladas vivas de una obra que cuenta historias; tres mujeres comparten libros para romper una realidad monocromática y pintar promesas, sueños y recuerdos; tres escenas tan próximas entre sí que sus risas y murmullos forman una sola tonalidad, un tejido de vidas conectadas por palabras; y un testigo silencioso, la pared del beit que guarda en su memoria el eco de esas voces.
En el centro, a través de un cuento, una madre moldea con cada sílaba un mundo donde el miedo no tiene cabida, mientras borda con sus palabras un manto protector que envuelve al pequeño, recién iniciado en los senderos de la imaginación y de las promesas.
A un suspiro de distancia, una adolescente, con anhelos propios perfilados en el brillo de sus ojos, lee otro relato. Sus gestos fervorosos y las inflexiones de su voz dan vida a los personajes, tejiendo con sus palabras una alfombra voladora que los transportará al país de los sueños. La más pequeña, entre bocado y bocado, desvía la mirada hacia el horizonte, deseando que las dunas se transfiguren en los héroes de su cuento.
Otra mujer señala unos dibujos, desvelando secretos ancestrales; mientras la niña, recorriendo esos recuerdos con su mano, la observa como si se hallara ante un oráculo que materializa maravillas.
Las bibliotecas Bubisher son mágicas galerías de arte, algunas itinerantes; y sus libros, brochas que colorean, que añaden matices, formas, figuras, espacios y esperanza a quienes habitan en los campamentos. En este mural de personas y palabras, cada lector es un trazo más que transforma el lienzo, en constante creación; pues los cuentos, especialmente en el exilio, tienen el poder de inventar nuevos caminos de regreso a casa.
Y si en el desierto alguien pregunta: ¿Me lees un cuento?, ¿tú qué le responderías?
Núria Guixà