MAGENTA

«No pudo retenerla, sus manos se habían escurrido entre las suyas y ahora se alejaba, irremediablemente, bajo el sol de la hammada. Él la llamó. Todo era arena en los ojos y también en su corazón, entre los dientes. La única nota de color en la aridez de aquella tierra era la melfa que vestía ella, alejándose. Su voz la detuvo. Como una malva rosa, se quedó clavada por un instante en medio de la nada; una flor rara ardiendo en su desesperación. Cerró los ojos porque no quería olvidar esa imagen. No quería verla hacerse más pequeña y desaparecer. Pensó que debía plantar una flor magenta junto a su jaima para no olvidarse nunca de ella».

Bahir separó los ojos del libro. Volvió la mirada hacia los estantes de la biblioteca hasta detenerlos en el jardín. Allí, una repentina brisa movió los pétalos de una malva rosa. Asombrado, volvió la vista al libro y siguió leyendo.

En las bibliotecas del Bubisher conviven historias y jardines en medio del desierto.

Mónica Rodríguez

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