Esto, todo esto, empezó así­: con niños de un colegio gallego que cada semana juntaban sus treinta céntimos (de la paga, no valí­a el recurso a papáy mamá). Y de esa colaboración, de la suma de yoes convertida en nosotros, crecieron las ruedas y las alas del Bubi.

Por eso es tan importante que otros colegios se unan a esta corriente: los pequeños pocos, el enorme «todos».

Hoy un colegio de Madrid, el Jesús Maestri, y otros, tantos ya que serí­a casi monótono contarlo cada vez: 235 euros. Parece poco, pero es mucho. Lo es en sí­ mismo, porque traducido allí­, para algunas cosas es el equivalente de 2.500. Pero lo es en esa perspectiva de conjunto, pequeños arroyos del rí­o de la solidaridad.

El curso que viene será más fácil: no a cambio de un gracias, sino a cambio de libros que editaremos, para que el milagro siga siendo que el bibliobús, cargado de libros para los niños y jóvenes del Sáhara, sea financiado, sobre todo, por niños y jóvenes de España. Las deudas del estado (ay) pagadas por la gente: por los que más saben de futuro, sus niños.