LOS NIÑOS DE LA MESA REDONDA

Están cada uno a lo suyo, en torno a una mesa redonda, y, a la vez, están todos a lo mismo. Ninguno ocupa un lugar privilegiado, ya que la monitora se acerca a cada uno de ellos y orienta su labor, respetando lo que ellos se traigan entre el rotulador y la hoja de papel, donde van descubriendo una parte de lo que anida en su memoria, en su imaginación, incluso en su fantasía. Es un tiempo de concentración, durante el que aparecen en lo blanco del papel dibujos de lo que ven y van conociendo, que se confunde con lo que quieren ver y vivirlo. Cuando cada uno se lo ha dicho gráficamente a sí mismo, lo comparte y lo intercambia con los demás -los mayores dirían que lo ponen en común. Y, entonces, saben que en sus corazones laten los mismos deseos, los mismos sueños, el mismo modo de ver las cosas, desde sus propios puntos de vista, que han dirigido el rotulador en sus manos, sin llagar a ser conscientes de que se ha producido una fusión emocional de sus voluntades, que tiene algo de esa condición mística, misteriosa, mítica, que preside los ritos de la vida cotidiana de su pueblo.

Por lo poco dicho, tienen estos niños de la mesa redonda en un Nido del Bubisher, algún parecido con los caballeros de la mesa redonda del Rey Arturo. No empuñan espadas, sino que sostienen con sus dedos rotuladores, y, cumplido el atento y edificante trabajo, que les reunió, abandonan la mesa y salen al exterior, en busca del Santo Grial de la libertad, reforzando su espíritu de resistencia, que es el de su pueblo, con bloques de cultura, del cultivo de sus capacidades intelectuales y emocionales. Volverán a reunirse en la mesa redonda Bubisher.

Fernando Llorente

 

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