Atahualpa Yupanqui, cantautor, guitarrista y poeta argentino, vino a decir algo tan bonito y, por tanto, tan verdadero, como que una guitarra, antes de ser instrumento musical fue madera de un árbol, en el que había nidos y pájaros, que cantaban. La madera sabía de música antes de que una guitarra sonara. De una música no escrita, sino susurrada en los pentagramas de las ramas, que los pájaros interpretan para cantar a la luz, al aire, a las flores…También en el desierto del Sahara, donde hubo un tiempo, en el que extensos espacios boscosos ocuparon parte de la inmensidad de sus límites. No había guitarras, pero sí música y canto.
La badia saharaui es una parte del desierto del Sahara, donde, desde hace mucho, mucho tiempo, no hay bosques con árboles frondosos, entre cuyas ramas pájaros cantores instalen sus nidos y entonen sus cantos, ni el viajero encuentre sombra, suficientemente reparadora de los rigores del sol del desierto. A lo largo y lo ancho de su extensión mantienen distancia entre sí, como árboles prehistóricos, talhas y atiles, de resistentes troncos con fuertes, espinosas y casi desnudas ramas, en las que los córvidos construyen sus grandes nidos, desde donde vuelan esparciendo por el aire la aciaga canción de sus graznidos. No es, la suya, música para guitarra. Sí lo es la de unos pequeños, bonitos y delicados pájaros, de vuelo y canto halagüeños, a los que, en los campamentos de población refugiada saharaui, se les han construido sus nidos en forma de bibliotecas, a las que han prestado su nombre: Bubisher. Acompañan, a quienes acuden a sus nidos, en los vuelos de su imaginación, hasta alcanzar espacios de sueños tan altos como los de justicia y libertad, en tanto alivian sus vicisitudes de la vida cotidiana.
De la guitarra que tiene entre sus manos, el chico de la foto no sabe de la madera de qué árbol de qué bosque está construida. ¿Por qué no de madera de talha o de atil, descendientes lejanos, muy lejanos de los bosques que poblaron el desierto del Sahara?, seguro que le encantaría oírlo. Y seguro que el bubisher, que ha volado de la inhóspita talha a la biblioteca acogedora, que ha oteado desde la lejanía de una talha, lo mismo que, auxiliado por una bibliotecaria, le dirige en sus lecturas, palabra a palabra, también, en colaboración con un maestro de música, moverá sus dedos sobre las cuerdas de la guitarra, de las que arrancará notas, que serán eco de los trinos del pájaro, del bubisher, que se escuchará a sí mismo complacido, como complacencia destila la sonrisa del chico, a punto de hacer hablar a su guitarra con sonidos musicales al aire, a la luz, a las flores del jardín, que adorna el nido. Apunta maneras.
Fernando Llorente