Ya casi no me sorprende que, a la hora de hablar del Sáhara, los asistentes a una charla no sepan casi nada sobre el conflicto saharaui. Y no hablo solo de adolescentes, que quizá todavía no han llegado (¡nunca llegan!) a conocer en sus clases de Historia cuáles son los acontecimientos más relevantes del siglo pasado de nuestro país, pasando por la primera dictadura, el golpe de estado, la dictadura que siguió, las colonias españolas en África, los procesos de descolonización… Es que muchos adultos tampoco saben casi nada de lo anterior, ni del abandono del Sáhara Occidental, ni de la Marcha Verde, ni del muro militarizado de 2700 kilómetros que cruza como una cicatriz el oeste de África, ni de las sucesivas resoluciones de la ONU que amparan a los saharauis, ni de las últimas sentencias de la UE en este mismo sentido…
¿Qué miramos, qué vemos y qué no queremos ver? Nos sentamos ante nuestras pantallas o leemos los periódicos deslumbrados por las noticias terribles que llegan de otros lugares. Sí, de cuando en cuando aparecen los congoleños, los kurdos, los palestinos, los sirios, los afganos, los tibetanos… Son muchos los desarraigados del mundo que merecen nuestra atención, nuestro interés y nuestra solidaridad. Pero los saharauis casi nunca aparecen con nitidez ni en nuestras pantallas ni en nuestros periódicos. Desde hace décadas, oscuros intereses políticos y económicos nos deslumbran y ocultan una cruda realidad que no se quiere que recordemos: ciudadanos y descendientes de ciudadanos que un día fueron españoles o fueron colonizados por los españoles, continúan viviendo en un desierto terrible, privados de futuro.
Y, sin embargo, allí siguen. Ancianos, adultos, jóvenes y niños, mujeres y hombres malviviendo en un desierto estéril, sin su costa, sin sus playas, sin sus ciudades, sin sus recursos naturales, sin pasaporte ni apenas identidad… Todo les fue robado un día, hace ya casi cincuenta años, con la complicidad de nuestro silencio y nuestra indolente ignorancia.
Pero están ahí. Siguen ahí. A poco que los mires de frente o que vuelvan su rostro hacia ti verás sus ojos bellísimos, su sonrisa. ¿De verdad no quieres verlos?
Ricardo Gómez