LAS BIBLIOTECAS Y EL RUIDO

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Siempre escuché el tópico, y hasta llegué a creerlo: “Las bibliotecas, templo del silencio”. No tengo ni idea de si en mi infancia, en Valencia, tenía alguna biblioteca a la que pudiera acudir. Mi biblioteca era la de mi madre, la de mis tíos en verano, o si no la de las librerías de lance de la Valencia vieja, en la que siempre se escuchaban las conversaciones de clientes y libreros, y el leve rumor de la taraza devorando con paciencia las páginas de los libros. Las bibliotecas de aquellos tiempos, que las había, eran solo para eruditos e investigadores, para estudiantes de oposiciones. Y no solo dentro, porque estaban protegidas por un muro de silencio, tal vez respetuoso con los nichos que representaban las ausencias en sus anaqueles de los libros censurados. Mucho más tarde, cuando ya escribía, una biblioteca de Albacete, creo que la de Alcalá de Júcar, me invitó a una charla. Cuando llegué a la puerta me sorprendió escuchar un rumor constante: cuando la abrí, el rumor se convirtió en cacofonía, risas, voces. Estaba llena de niños y jóvenes, y en una columna había un cartel que pedía: “Por favor, gritad en voz baja”. Me reí, me sigo riendo. Eso era. Esa era la clave, esa es. Hacen falta más bibliotecas, pero hace falta que en ellas se grite. En voz baja, sí, pero que haya ruido: ruido de voces preguntando, ruido de bibliotecarios recomendando, organizando actividades, ruido de ruedas del carro de la sabiduría con los ejes mal engrasados. Murieron muchos de aquellos templos del silencio, como deben morir los demás, si queremos que la busca de la verdad y la belleza llene las mentes de los que asoman a la vida y se preguntan mil porqués. Los asaltantes del Capitolio siguen y protegen a los que los mantienen en la ignorancia, la superstición, la tierra plana y las conspiraciones absurdas, a los que para ser más ricos necesitan que ellos sean más pobres en pan y conocimiento. No dejarán de asaltarlo hasta que entre en sus mentes la luz y en sus hogares el pan, hasta que el ruido (el sonido, como símbolo del conocimiento) venza a la furia.

 

En Bubisher nos sentimos orgullosos y felices, porque los amplios espacios de sus bibliotecas se llenan estos días de ruido, de sonidos, porque un niño leyendo un poema de Badi en el que se describe un galb de la badía es un hombre que entenderá por qué hay que luchar por la tierra y la libertad. Decir “templos del ruido” sería tal vez exagerado; mejor tal vez sería dejarlo en “templos del rumor”. Del tiempo, del conocimiento, de la duda y la sabiduría. Pero no, dejadme que lo grite: Del ruido.

Gonzalo Moure

 

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