“LAND ROFA”

Distinguir el color de un camello por su pisada. Distinguir la avería de un segmento de un Land Rover por el rodar de su rueda trasera izquierda. Beduíno clásico, beduíno moderno. Habitante de la Badía, exiliado en la hammada. El primero sabe, qué se yo, que el camello blanco es más delgado y ligero y el marrón oscuro más pesado. El segundo que cuando el eje no recibe la transmisión precisa esa rueda chirría. Mientras que nosotros suponemos, ellos saben. En la tronchante escena de la película “Hammada”, de Eloy Domínguez Senen, un joven saharaui con los ojos vendados juega a acertar la marca y el modelo de cada coche que pasa por la calle de uno de los campamentos. Lo mismo podría hacer el beduíno clásico con las edades y cualidades de los camellos que atravesaran un cauce seco en Mjeiriz. Y es que el camello, en los campamentos, fue sustituido en los primeros años del exilio por el Land Rover (Land Rofa, en su simpática y sincrética pronunciación). Aquel que sabía qué hierba u hoja podía sanar a un camello enfermo, podía ahora arreglar un motor viejo con un alambre o una pieza de desguace.

Hoy, mientras el camello sigue impertérrito habitando el desierto fértil, el Land Rover va siendo relevado por el Toyota Land Cruiser primero y por fin por el Mercedes que oficialmente murió hace décadas en Hamburgo o Amberes, pero que aún tiene una séptima vida en Smara o en Ausserd. Nuevas necesidades de la vida, tan distinta. Como dice Harari en “Sapiens” que no hubo en la historia del hombre ninguno tan completo y sabio como el cazador recolector, no lo hay como el superviviente nato de un desierto que nosotros vemos desolado y ellos verde, como el que es capaz de hacer de un terrón pedregoso una pequeña ciudad con rotondas, o quitar las impurezas de la gasolina con un filtro improvisado con un trozo de papel en sus no  menos distópicas gasolineras. La vida, siempre triunfante.

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