LA RABIA DEL CALOR, Y AL CALOR DE LA RABIA.

«El cielo era un lamento de cuchillos:
así­ el desierto” (Javier Rerverte, «Poemas africanos”).
Eran las dos, y cada poco nos preguntábamos unos a otros. ¿Cuánto? 45. 45,5. 46,3. 49,8. Ahí­ se detuvo, pero el oxí­geno se esfumaba. Recordábamos cuando alguien nos contaba que hace algunos veranos, pasando de 55 grados, acercándose a los 60 peligrosamente, los niños comenzaron a desmayarse. Después los ancianos. Algunas mujeres y hombres. No se caí­an, porque a nadie se le ocurrí­a estar levantado. Sencillamente, se esfumaba la conciencia al mismo ritmo que el oxí­geno. Porque esto es hammada.
Los viajeros del Bubisher ya no bajamos al mohayam solamente en los meses más frescos. Empezar y acabar el curso nos obliga a bordear el verano, y ahora empezamos a sospechar en qué consiste el infierno. Una décima más, es una tortura. Y es peor si se levanta el viento, que se convierte en un soplete, en un inmenso secador de pelo, de piel, de alma. Un soplete cargado de un polvo que traspasa los cuerpos sólidos, que se mete en todas partes. Porque esto es hammada.
Y los años del exilio. 35. 36. 36,1, 36,2. La paciencia es un pozo tan inagotable como del de Rabuni, pero hasta este tiene un final. Cunde el desánimo, la desorientación. La enseñanza va a menos, ya no aparecen maestros. Sus sueldos hacen que allí­ vuelva a regir nuestro viejo dicho: «más hambre que un maestro de escuela”. Los niños acuden cada mañana a la escuela, pero muchas veces, cada vez más, no hay maestro. Salen, vagan. Batas blancas entre las cabras.
En ese desolador paisaje se mueve, sin embargo, un pájaro de la esperanza. El Bubisher aletea contra corriente. Está acabando de construir su nido. «Ess Bubisher”. Palito a palito, adobe a adobe, colegio a colegio, céntimo a céntimo, sin apenas ayuda de ninguna institución de este estado malamadre del que, sin embargo, formamos parte. La biblioteca ya está lista. Amplias ventanas verticales que la llenan de la luz dulce de poniente. La curva que se puebla de niños a la caí­da del sol para escribir poesí­a y hablar de cuentos. El patio que pronto recibirá las acacias espinosas que cuidarán los niños de cada club, de cada escuela. Espacios silenciosos que pronto verán llegar las estanterí­as blancas, y después la lluvia de libros. Dos mil, dos mil quinientos. Llegarán a bordo del Bubisher II, donación del ayuntamiento de Málaga, que corre con todos los gastos del traslado. Caravana de más de diez dí­as, rito de paso. Media docena de bibliotecarias han gastado el verano fichando y «tejuelando”. El ordenador llegará con la cartuchera llena. Cartuchos de esperanza para derrotar al calor, para aplacar la rabia. Y allí­ estarán ellas mismas, para recibirlos, para acunarlos, para darles un lugar en el que esperar la mano que los escojan, los ojos que los lean. Luego, allá por enero, el Bubi II partirá hacia Ausserd, y volverá a ser el principio. Pero llegaremos más sabios, más pacientes, más furiosos también. Somos más, cada vez más. Aquí­, y allá. Esta pasada semana los estudiantes saharauis ya licenciados cogieron las brochas, encalaron, pintaron. Ya es vuestra también, les dijimos. Es nuestra, dijeron. Dejarán detrás de la cal sus tesis sobre el Sáhara, un albergue para peregrinos de la curiosidad y la investigación.
Y en el equipo saharaui, Memona, Kabara, Fanna, Hamida, Larossi, Bachir, Alghailani. Las mañanas en las escuelas, las tardes en los clubes de lectura de todas las dairas. La biblioteca regida por Fanna y Bachir, un horario fijo y seguro, todos los libros, todas las materias, una atención especial y llena de cariño a todos los libros sobre el Sáhara. Sección de árabe. Periódicos y revistas. Clubes de jóvenes, cursos, recitales. El Nido estará siempre en ebullición.
Ahora más que nunca. No nos equivocamos. Los saharauis necesitan el fusil de la cultura, la munición del castellano para ser alguien en el mundo, para gritar su presencia y su constancia. Ganará esta larga guerra de desgaste quien más culto sea. Y el Bubisher es una luz de esperanza. Y el Nido su nido. Los campamentos necesitan maestros y libros, más que nunca. En tiempos de crisis pedimos más y más voluntarios, inundar las escuelas de esperanza. Más y más socios para este proyecto descabellado que se va peinando paso a paso, dí­a a dí­a. Luchar contra el calor y la inmovilidad al calor de la rabia.

1.153 respuestas a LA RABIA DEL CALOR, Y AL CALOR DE LA RABIA.

  1. Bien por ese NIDO, porque en los nidos es donde se nace. Bien por el BUBISHER… ínimo…

  2. La hammada es el infierno. Esta misma sensación, no ya del calor, sino de que todo se desmorona un poco cada dí­a, de que toda la frágil estructura está sujeta con alfileres y al que se desprenda uno, va a caerse todo en peso, me lleva asaltando desde hace unos cuantos viajes.
    Pienso exactamente lo mismo: que hay que incrementar los proyectos culturales a pesar de la escasa financiación y de la escasa sensibilidad. Los saharauis merecen nuestro esfuerzo. Como maestra se me parte el alma al ver a los niños sin escuela aunque también entiendo las razones de los enseñantes.
    Te agradezco que hables alto y claro con palabras de esperanza, con palabras de poeta al calor de la rabia que provoca ver según que cosas. Quizás porque vosotros, los bubisheros, no estáis condicionados ni constreñidos por el corsé de lo polí­ticamente correcto según el manual oenegero de la cooperación con el Sahara.
    Espero visitar este nido muy pronto y emocionarme como la rimera vez que vi el Bubi, el primero a unos cientos de metros de la haima de mi familia.
    Un abrazo fuerte.

  3. ¡Tampoco está mal la «rimera» vez! A veces los fallos tipográficos crean palabras bellas… Lo viste, así­, con poesí­a, con rima…
    Y sí­, hay que hablar alto y claro. La educación está en retroceso en este inicio de década, y no hay que ir tan lejos para comprobarlo, basta con asomarse a nuestras propias escuelas. Por eso, cultura, cultura y cultura. 
    Gracias, Antí²nia. Allí­ te esperamos, aunque te tenemos siempre.

  4. Alba, escrí­beme a mouregonzalo@telefonica.net, y te doy dos direcciones bubihseras de Málaga.

  5. Aquí­ estamos los voluntarios, emocionados, agradecidos, muchas veces furiosos contra la humanidad, contra nosotros mismos… Intentando atrapar esa esperanza que tantas veces amenaza con escaparse. Y recordando, recordando hasta el dolor, las batitas blancas, las miradas y los sueños. Gracias, amigo. Contad conmigo.

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *