_ Mentirosa, no tienes fiebre, que te estás riendo.
_ Que no, primo, de verdad, que tengo fiebre, he acabado los exámenes y de tanto estudiar estoy agotada. Díselo tú, prima, que a ti te hace caso.
_ Que sí, Ahmed, que es verdad, que esta mañana ya estaba nerviosa, vete con tus amigos a jugar a fútbol o llévale la comida a las cabras, que como venga padre y no lo hayas hecho te va a castigar. Déjanos tranquilas a las chicas, que tenemos que hablar de nuestras cosas, tú no entiendes.
_ ¿Qué tendréis que hablar vosotras que yo no pueda oír? No soy tan niño, que lo sepáis, ni vosotras tan mayoronas. Me voy con mis amigos, ahí os quedáis.
_ Menos mal, qué pesado es tu hermano.
_ Déjale, pobre, no te metas con él, que bastante tiene en casa, es el único chico, todas somos mujeres menos él, y cuando mi padre está en el frente dice que él es el jefe de la casa, aunque para el caso que le hacemos… A veces me da pena, pero bueno, que se vaya acostumbrando, además es el más pequeño, mala suerte. Ya casi ni protesta cuando mi madre le manda a los recados o limpiar la jaima. Al principio decía que él solo tenía que ocuparse de las cabras, que lo demás lo teníamos que hacer nosotras, sus hermanas, pero ha ido cediendo poco a poco. Protestaba porque decía que sus amigos se reían de él, que ellos en sus casas no hacían ningún trabajo de mujeres. Un día le escuché discutir con el chulo de Mahmud por eso, y nos estaba defendiendo a nosotras, le decía que no entendía muchas cosas de los mayores, que no estaba de acuerdo cuando se trataba a las mujeres como inferiores. Le encanta tumbarse abrazado a nuestra abuela para que le cuente las historias de cuando las mujeres levantaron los campamentos después de atravesar el desierto. La mira con unos ojos mezcla de cariño, respeto y admiración, la escucha ensimismado, con las lágrimas a punto de caer por sus mejillas. Y más de una vez se ha quedado dormido de esta manera, seguramente soñando a saber con qué. Mi abu le defiende siempre, dice que este niño tiene algo especial, que no es como los demás, que mira muy bien; no entiendo qué quiere decir con eso, pero es verdad, Ahmed es diferente, cuando te mira y sonríe con esa cara de bueno que pone, a mi me desarma, ya no puedo enfadarme con él, no sé, es como si en su cabeza estuviese montando un mundo diferente, lleno de felicidad, con niños y niñas iguales, leyendo y jugando todos juntos en el Bubisher, con hombres y mujeres iguales, sin que nadie se considere más que otra por mucho que lo diga la tradición, la religión o lo que sea. Ojalá hubiese muchos más niños como Ahmed.
_Sí, ojalá hubiese también muchos más hombres como Ahmed, es verdad. Lo que me gustaría saber a mí es si el Ahmed de hoy va a ser el mismo mañana.
_Eso le pregunté yo a mi abuela la otra tarde y me dijo: “Maimuna, hay miradas limpias que no van a cambiar nunca y la de tu hermano es una de ellas. Cuando todos los saharauis miren como tu hermano mira, las cosas para nosotras serán diferentes”.
Javier Bonet