LA HAMMADA Y LA NADA

Es un tópico, lo sabemos, pero es que no hay mejor comparación para intentar imaginar lo que es la hammada que imaginar, desde el todo en el que vivimos, la nada.

Si no has visitado nunca los campamentos, es simplemente imposible. Y es que no hay lugar peor en el mundo, más carente, más ausente. Puede que igual, pero imposible peor.

Mires hacia donde mires, apenas alguna elevación del desierto. El vacío. Vacío de árboles, vacío de gente, vacío de arbustos, vacío de edificios. Cuentan que antes de antes de la invasión la peor maldición para un saharaui era “Ojalá te veas en el exilio en la hammada”. Tanto que cuando la atravesaban en las caravanas ni siquiera bajaban del camello para dormir u orinar. Ni un pie en la hammada. A veces se preguntan, y no tiene respuesta, qué horrible pecado cometieron para acabar viviendo en ella. Por eso el milagro más grande del Sáhara es haber construido en ella una sociedad, cinco campamentos separados por leguas de nada, haber sacado agua de debajo de las piedras, haber construido escuelas y hospitales (y sí, también bibliotecas, los “hospitales del alma”). Viajar desde Rabuni hasta Dajla, el campamento más lejano, es como ir desde la Tierra hasta la Luna, como sonreír sin labios, como mirar sin ojos, como amar sin el otro. Algún día, ojalá que pronto, la dejarán, volverán su tierra de playa y hierba, pero, por extraño que te parezca, las tres generaciones que ya han nacido en esa absurda desolación aseguran que ya, siempre, será también su tierra. Porque en ella lograron sembrar la dignidad.

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