LA GRAN OLA DE LA PALABRA


Dicen que nada crece en la hammada, aunque los jardines de las bibliotecas Bubisher lo desmienten. Pero hay algo que crece aún más siempre, imparable, sea cual sea el suelo: la palabra. Emociona la imagen de este niño, entre huellas de Land Rover, escribiendo quién sabe qué. O sí: palabras; nada más y nada menos. Las rodadas de la foto son las del gran río de la cultura saharaui, las de una poderosa tradición oral. Pero lo que ese niño escribe va más allá de Shertat, de todos los cuentos y leyendas transmitidos de abuelos a nietos en su larga historia. Ese niño de Ausserd ha leído cuentos en la biblioteca, y de esas lecturas nace su necesidad de escribir también. Sus palabras se alimentan de sueños, y tal vez alimenten un día los de otros niños. Es la gran ola de la palabra, y seguramente la imagen podría ser analizada a la luz de la espiral de Fibonacci, de la proporción áurea del ser humano, es humildemente comparable a la ola de Hokusai. Tan pequeño, tan grande, tan inconmensurable. Cuando el cansancio, a veces, nos hace preguntarnos a todos, desde España o desde los campamentos, si merece la pena el esfuerzo, necesitamos ver imágenes como esta para decir que sí, que el milagro de representar en pequeños símbolos sobre el cuaderno la potencia de la palabra, no tiene edad, solo tiene destino. Cuál sea ese destino, el tiempo lo dirá, pero la siembra ya está hecha, se hace cada amanecer.

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