LA EXPERIENCIA DE BEA



Extracto de la carta de Bea sobre su experiencia en el Bubi, perdona por no postearla entera, pero lo haré en documentos. Un besazo Bea y gracias por todo.

Han sido tan sólo ocho dí­as, y aunque los dí­as previos a mi partida, en algún momento de agobio pre-viajero me pareciesen una eternidad, en realidad no han sido nada. Me hubiese cambiado gustosamente por Javi para poder quedarme más tiempo allí­.
Salí­ de Barcelona el dí­a 26, antes de entrar en el aeropuerto, última llamada a Gonzalo, para que me confirmase y reconfirmase todo lo que habí­amos hablado… El ir a un sitio nuevo y tan diferente crea cierta incertidumbre, así­ que me permití­ ser un poco pesada.
Mientras esperaba para embarcar no dejaba de pensar quienes de los que esperaban allí­ tení­an mi mismo destino, al final hable con dos chicas que también iban a los campamentos, una de ellas repetí­a, lo cual me tranquilizó bastante, no esperaba tener ningún problema, pero nunca viene mal que alguien te vaya indicando.
Enseguida llegamos a Argel, con algo de retraso, así­ que como sólo habí­a dos horas para coger el avión a Tindouf, junto a mis nuevas compañeras de viaje, hicimos algún que otro sprint para recoger la mochila, pasar los miles de controles que hay e ir al aeropuerto nacional. El cambio de aeropuerto es muy sencillo, ya lo explica Ana en su documento, pero no está de más decí­rselo a la gente que vaya por primera vez, yo la verdad andaba un poco perdida.
En el aeropuerto nacional, una vez más a enseñar el pasaporte a todas horas y a rellenar una de esas tarjetitas de entrada al paí­s (recomendar también llevar un boli a mano y avisar que una vez en la pista, antes de subir al avión para Tindof, tienes que coger tus maletas y subirlas al carro si no quieres que se queden en tierra).
Un par de horitas de avión y por fin en Tindouf. Nuevamente a rellenar más papeles y en busca de Habub, la verdad que no fue muy difí­cil, creo que me vio cara de no saber muy bien qué tení­a que hacer y enseguida se acercó a mí­, y tal como me dijo Gonzalo, la verdad que si es bastante guapetón! Le dije a quién buscaba, resultó ser él, le hablé del Proyecto Bubisher, de Gonzalo Moure y enseguida buscó un coche que me llevó a Protocolo, donde por fin me tumbé en la cama y dormí­ placidamente hasta el dí­a siguiente.
En Protocolo, por la noche me habí­a recibido un chico que se pasó por la mañana a ver cómo estaba. Le dije que tení­a esperar a Ahmed para ir con él a Ausserd, así­ que allí­ me plante, al solecito, observando el movimiento que habí­a por allí­ y leyendo un libro que habí­a llevado para estos momentos de espera.
Volvió a pasarse un par de veces, y como no vení­a Ahmed, buscó un coche de Protocolo que por fin me llevo a mi destino. La imagen que más me gusto, cuando alucinada viendo por primera vez los campamentos me vi de frente contra el Bubi, mi cara debió ser un poema, porque el conductor se rió bastante.
Allí­ me dejo y enseguida me asaltaron los tres terremotos que allí­ viven: Muley, Mohamed y Rabab, ésta última con un millón de preguntas a las que no me daba tiempo ni a contestar. Azyeiba (no creo que se escriba así­…) me recibió muy amable y estuve esperando un ratito a que llegase Javi con Larusi, el conductor del Bubi.
Tanto Javi como Ahmed me esperaban al dí­a siguiente, por eso habí­an ido a recogerme a Protocolo.
Llegaron enseguida y rápidamente… ¡a ver el Bubi por dentro! la verdad que me gusto mucho, habí­a visto la foto que habí­as colgado en la web, pero la sensación de verlo en vivo y en directo fue muy especial, tanto tiempo mirando el calendario y realmente estaba allí­, con un montón de ganas de trabajar, de ver y sobre todo de aprender. Javi me estuvo explicando cómo estaban organizados los libros, las visitas que habí­an hecho, el programa de visitas que habí­a previsto… Organizamos y recogimos el material que habí­a llevado para el Bubi y fiel a mi costumbre estuve curioseando todas las cajas de libros viendo lo que habí­a, pensando lo que yo hubiese añadido… Llevé un libro que compré hace poco y que he utilizado bastante con los chicos de mi cole, Mi pequeña fábrica de cuentos, de Bruno Gibert (editorial Thule). Es un libro estupendo para que los niños creen historias disparatadas que les encantan. No lo utilizamos porque el nivel de castellano de los niños con los que trabajamos era muy bajo, pero espero que alguien le de uso.
Ese mismo dí­a le habí­an dicho a Javi que los alumnos de Secundaria estaban de exámenes, así­ que no í­bamos a poder trabajar con ellos en toda la semana. La verdad que no me importó, sobre todo cuando me enteré del cambio de «público» í­bamos a ir a colegios de Educación Especial.
La idea me gustó mucho, en primer lugar porque son los alumnos con los que yo trabajo en mi colegio habitualmente, y en segundo porque si no hubiese sido por esos exámenes, es muy fácil que estos coles «diferentes” se hubiesen quedado fuera del recorrido del Bubi, perdiendo una oportunidad estupenda para estos niños.
Por la tarde comprobé el furor que causa el Bubi entre los pequeños de Zug, abrimos las puertas y enseguida se llenó de niños que curioseaban libros, pedí­an que les leyeses algo o que simplemente querí­an hacer un dibujo para que se quedase colgado en las paredes del Bubi.
Esa misma tarde vino Charo, una chica que estaba pasando una temporada en el 27, que se enteró del proyecto por Cristina y decidió venir antes de empezar a dar clases de español en la UMS. Ataviada con su melfa y con un conocimiento para mi imposible del hassania se quedó varios dí­as con nosotros. ¡Un buen fichaje para el Bubi!
También esa tarde conocí­ a Ahmed, un trozo de historia andante, idealista y duro a la vez, seguro de sí­ mismo y crí­tico con la realidad que le rodea, la más cercana y la que no lo es tanto. Fue él quien nos dio esa misma noche la triste noticia de la situación de Palestina.
Al anochecer, la segunda imagen del dí­a, el cielo tan impresionante que se ve desde el desierto. Ante tal visión no me quedó mas remedio que tumbarme en la arena y dejar pasar el tiempo mientras pensaba en lo paradójico que resulta un cielo tan precioso allí­ arriba y una situación tan horrible debajo de él.
Al dí­a siguiente visitamos el colegio de ciegos, el de educación especial y una guarderí­a, para hablar con las maestras y hacernos una idea de los alumnos que habí­a en cada uno y para poder planificar las actividades en función de sus necesidades.
También nos acercamos a una madrasa en la que habí­a una biblioteca, Javi me lo comentó y me apetecí­a ir a verla. Una vez más haciendo gala de mi curiosidad, estuve mirando los libros en castellano que tení­an, los materiales de enseñanza de español y la organización del espacio. Varias cuestiones: ¿Por qué nos encanta dar tan sólo lo que a nosotros nos sobra? Ahora entiendo mucho mejor la consigna del Bubi de trabajar con libros nuevos, con varios ejemplares de cada uno y no con restos. No todo era malí­simo (siempre bajo mi humilde e inexperto punto de vista), pero era una biblioteca tan ordenada y tan impoluta que no creo que nadie hubiese estado trabajando allí­ desde hací­a mucho tiempo, de ahí­, la necesidad de acercar los libros y sus posibilidades no sólo a los niños, sino también a sus maestros, que van a ser al fin y al cabo los que pongan a disposición de los alumnos las herramientas. Si el profe no es consciente de que las bibliotecas están para que los niños las utilicen, las curioseen, las vivan, las destripen, las manchen, las desordenen… nunca van a incorporarla como recurso didáctico. Pero bueno, esto no es cosa del Bubi, y estoy segura de que ese Proyecto de Didáctica de la Lengua que anda por allí­ y que por cierto, me encantarí­a conocer, hace algo al respecto.

Al dí­a siguiente fuimos a una guarderí­a, aquí­ además del idioma (ninguno de los niños habí­a estado todaví­a en España en verano) contábamos con los inconvenientes de la edad y que los grupos eran bastante numerosos. La tarde anterior habí­amos estado hablando sobre qué libros nos gustarí­a que hubiese en el Bubi, y tanto Javi como yo hablamos de Elmer, así­ que unimos el elefante con un camello cabezudo y decidimos «elmetizar” a los camellos. Preparamos un modelo que pintamos a cuadros, adornamos con papel de seda, charol… y con él nos fuimos a la guarderí­a. Los niños también lo pasaron muy bien, estaban sentados en grupos e í­bamos pasando de una mesa a otra ayudándoles, jugando con los camellos que iban terminando…
Además del camello, y por no ser todo plástica y trabajar realmente partir de un libro que tuviésemos allí­, también la noche anterior (ese dí­a se nos hizo un poco tarde…) habí­amos preparado una especie de puzzle gigante con las figuras que aparecen en el libro ¿A qué sabe la luna?, lo veréis en las fotos, y estamos los tres orgullosí­simos de nuestro puzzle, de hecho lo í­bamos a dejar el la guarderí­a pero decidimos guardarlo en el Bubi para poderlo utilizar otras veces.
Con los niños í­bamos viendo el cuento, aunque no entendiesen el idioma, trabajamos los nombres de los animales que aparecí­an, y después, siguiendo como modelo la ilustración en la que por fin consiguen alcanzar la luna, los niños tení­an que ordenar las figuras para reproducir el modelo. Una vez más creo que disfrutamos tanto los pequeños como los adultos.
BEATRIZ NAVARRO.

Una respuesta a LA EXPERIENCIA DE BEA

  1. Gracias por la narración, Bea: es mejor lo que has hecho que cien explicaciones en abstracto. Y es un gusto ver cómo todo va avanzando, encajando… Sí­, el Bubi tiene que funcionar por sí­ mismo, pero esperamos que poco a poco «despierte» a las bibliotecas, la mayorí­a de las cuales duermen en el silencio más vací­o…
    Ahora, usemos el blog como espacio para el diálogo, para contrastar, planificar, proponer cosas nuevas, libros, para afinar…
    Gonzalo.

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