Pongamos que se llama Nayla, la de los ojos grandes. Esos ojos que ahora tiene tapados por un pañuelo amarillo. Está en una biblioteca jugando a ponerle la cola al burro. Podría ser cualquier niña, cualquier biblioteca, cualquier país. Las letras en árabe nos dan una pista. También el mapa del mundo tiene los nombres de los países en árabe; esos países coloreados con fronteras artificiales. A veces su geometría está hecha con escuadra y cartabón, con bombas de fosfato, con avaricia, con alianzas. Algunas se delimitan mediante muros y alambradas, controles, papeles, bocas de fusiles. Nayla ríe, mueve la mano segura hacia donde cree que están las grupas del burro; ese burro dibujado tal vez por la mano de la bibliotecaria que aguarda sonriente el desenlace. Viendo la fotografía podemos adivinar qué sucede a continuación: la niña clava la aguja, se quita el pañuelo de los ojos. «Casi, casi», gritan sus amigas, y todas ríen. «Ahora yo, ahora yo», pide Salma, la más pequeña, levantando el brazo y brincando alegre entre ellas. Exactamente como ocurriría en cualquier biblioteca, en cualquier país.
¿Jugamos? Clava la aguja en el mapamundi en el lugar donde Nayla y la pequeña Salma y la bibliotecaria están jugando. Ahora ponlo en su país. No hace falta que te tapes los ojos con un pañuelo. ¿Acertarías?
Mónica Rodríguez