Compartir, jugar juntos, sonreír. Aprender divirtiéndonos o divertirnos mientras aprendemos. Esas son algunas de las pocas verdades que nos interesan. Jugar con las palabras, con ese aire que sale por la boca para flotar en el aire que compartimos. Las mismas palabras que al aire se lanzan duras como piedras, frágiles como pompas de jabón o esperanzadas como un amanecer en el desierto, ahora están escritas sobre el papel. Las mismas palabras que en el aire tienen peso y forma y tamaño y música, ahora se descomponen en letras de colores. La letra con sangre no entra. No entra con el rojo de la sangre, sino con el arcoíris de la sonrisa de los niños. La letra entra con el verde de la imaginación, el azul de la inteligencia, el amarillo de la voluntad y el rojo de los corazones encendidos. Al jugar con las palabras y pintar de colores sus letras hacemos más profundo el aire donde flotan sus significados. Las devolvemos al aire para que, liberadas del corto aleteo de lo ya sabido, vuelen hacia el infinito subidas a las ligeras alas de la Vanesa de los cardos. La mariposa del desierto donde también se suben los gestos y miradas y pausas y sonrisas y llantos y silencios de nuestros juegos.
Marcelo Matas de Álvaro