JUEGO DE MANOS 2

DOS MITOS DEL DESIERTO
«Los lagartos de arena eran, para Saleh, la esencia del desierto.» Saleh sabe, al menos intuye que el lagarto a rayas amarillas y negras está en el origen de la historia y la cultura del pueblo saharaui y su presencia en el Sahara Occidental. En él se contiene toda la información necesaria, de la que nunca ha dejado de ser testigo. El lagarto de la badia es un animal mítico -no es un mero superviviente-, que sale de su refugio debajo de la tierra, para dar testimonio, al paso rápido de los viajeros, de cuánto acontece y ha acontecido, al ritmo pausado de su naturaleza, desde cuando los primeros pobladores del Sahara Occidental lo inmortalizaron en los abrigos de roca, que jalonan un territorio, por el que se han adentrado muchos pueblos con afán de conquista. A las pruebas nos remite este ser primigenio, presente en las pinturas prehistóricas, en las que convivió con otras especies ya desaparecidas del medio: jirafas, rinocerontes, elefantes, antílopes, que con sus cómplices y adversarios humanos compartían tiempo de caza en natural empatía, necesaria para la supervivencia.
Hasta que llegó el momento en el que tuvo que abandonar la serenidad de la piedra para atravesar el espacio y el tiempo, con la misión de propagar y defender con su presencia la verdad sobre el devenir de un pueblo, el suyo. Renunció a la seguridad de la roca frente a los vientos y las tempestades de arena para exponerse a los rigores y peligros de unas tormentas humanas mucho más peligrosas, como si hubiera sido elegido por el Dios, al que los pobladores del Sahara Occidental no se adhirieron hasta muchos siglos después. Sacrificó su vida sedentaria, quieto en las paredes de la cueva de puertas abiertas y se aventuró en la incertidumbre de un vivir nómada, compadecido con el pueblo y la cultura que le habían hecho suyo, con el decidido propósito de recuperar el refugio de la roca, y quedar para siempre identificado con los de su especie, tan diferente a las que pretendían suplantarles. Mientras ese tiempo adviene, el lagarto se hunde en la arena, compartida con los beduinos saharauis, que proceden de los campamentos de refugiados en Tinduf, nómadas con sus ganados en busca de pastos. También de libertad: cuando la encuentren, acabará su sufrido peregrinaje allí donde dio comienzo, en la prehistoria de un pueblo, que ha dado al mundo una cultura de verso y piedra.
Si el lagarto es la esencia viva del desierto bajo tierra, un pájaro, también mítico, la lleva en su pico y, al vuelo la canta en verso: es el Bubisher.
Fernando Llorente

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