HASTA LAS ESTRELLAS

“Dan ganas de cogerlas, alzando los brazos, de lo cerca que están”, dijo, como para sí mismo, Saleh, un adolescente, con el que habíamos hecho buenas migas y que, con frecuencia, nos acompañaba en nuestros paseos por la wilaya, así como en nuestras visitas a las jaimas, donde nos servía de intérprete, que no en balde se había beneficiado de cuatro «Vacaciones en paz» en España, durante los veranos de sus ocho a doce años. Le encantaba practicar su español en nuestro provecho.

Se refería, Saleh, a las estrellas. Sin faltar ninguna, estaban todas las noches, donde les tocaba en el mes de febrero, como si el cielo quisiera compensar la escasa luz en los campamentos con prometedores puntos luminosos en la alta oscuridad. Luces remotas y dispersas, pero era verdad, parecían estar a la mano.

Esta noche me ha ocupado la atención el recuerdo de aquella otra lejana de febrero de 2005, con un adolescente como protagonista. Y se ha hecho presente pensando en otros muchos, todos, los niños y adolescentes, refugiados saharauis, que cada noche miran las estrellas 18 años después. Como Saleh las disfrutó, muchos disfrutan también de unas “Vacaciones en Paz”. Pero Saleh no pudo, entonces, ponerse bajo las alas protectoras del bubisher en sus nidos, de donde tantas niñas y niños alzan, con las alas de la imaginación y el deseo que despiertan sus lecturas, el vuelo hasta las estrellas, que tejen a punto de luz los cielos de una tierra y un mar, tan cercanos y tan lejanos, y que son los suyos

Hace mucho tiempo que no sé de Saleh. Sólo que ahora tiene 30 años. Ojalá no haya dejado de sentir las estrellas a su alcance. La esperanza se mantiene con ilusiones.

Fernando Llorente

 

 

 

 

 

 

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