FÚTBOL A 50 GRADOS

 

 

Parece que sus pies se han hecho para otros lugares. Al mediodía es imposible salir al sol, pero ellos juegan al fútbol sin inmutarse. Eso de llevar agua para refrescarse en los descansos, como las grandes estrellas, es una utopía. Los equipos se conforman según los asistentes. A veces el partido se convierte en una masa en movimiento de decenas de chiquillos, donde difícilmente se puede apreciar a que equipos pertenecen. De todas maneras, los goles son muy celebrados, aunque nunca sabes el equipo que ha marcado. La rivalidad entre ellos no hará que la sangre llegue al rio. Si nos fijamos en las camisetas, veremos un equipo con dos Ronaldos, tres Messis, un Puyol, dos Zidanes y un Casillas de delantero centro. A veces, algún Gasol despistado en el medio campo. Lo importante es tener el balón en los pies y si se marca un gol, se ha logrado el objetivo. El terreno de juego, una mezcla de arena y piedras, está a una temperatura que muchos lagartos no aguantarían. Solo algunos de los futbolistas utilizan calzado, aunque con algún que otro agujero en la punta o en las suelas. La mayoría se sienten más cómodos descalzos. Lo importante para ellos es poder jugar al fútbol a pesar de las dificultades. Mientras juegan, ríen o discuten según transcurra el partido, como cualquier niño. Parece que son felices, aunque habría que preguntarles. No creo que a nadie le guste vivir en un campo de refugiados, nadie se siente feliz viviendo en campamentos de tiendas de lona y casas de adobe, viviendo de la ayuda-caridad internacional, mucho menos en Tinduf, donde este verano rozamos los cincuenta grados y, como siempre, la situación es precaria en todos los sentidos.

Me hacen reflexionar estas pequeñas cosas. Me preocupa el futuro de los niños que han nacido, nacen y nacerán en este inhóspito desierto. Nos repetimos y somos conscientes que tenemos que seguir diciendo al mundo que nos negamos a aceptar que nos arrebaten nuestra tierra, no nos cansaremos de exigir justicia a los cuatro puntos cardinales. Seguiremos en esta parte del planeta, que ninguno de nosotros ama, hasta que podamos volver a nuestro país, ese que nos han robado y cuyos únicos dueños somos los saharauis. Ya soy bastante mayor para ver las cosas de otra manera y me alegro de seguir pensando lo que pensaba en noviembre de 1975, cuando abandoné por última vez mi ciudad, el Aaiun. Quizá a otros les parezca más interesante mirar para otra parte, ponerse ante el televisor a ver cómo les roban sus derechos o pensar que la pandemia de coronavirus es solo una guerra bacteriológica entre Estados Unidos y China.

 

Bachir Ahmed Aomar

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