Algo me fascina de esta foto.
Y no son las cuatro miradas en simétrico equilibrio, confluyentes también y atentas en primer plano, miradas que se entrecruzan para así materializar algún vínculo entre culturas solidarias; aunque quizás sean miradas que abren caminos de transmisión entre generaciones.
Es la figura de esa personita con la bata rosa, con calentadores recogidos en sus tobillos y con trenzas de aroma caribeño, que sosegadamente y vigía, posa al fondo a la derecha, que seguramente ha atravesado el patio de la biblioteca, ha entrado en la sala después de transitar desde la tierra teñida de bistre, ha dado unos pasos y se ha parado ahí. Y ahora desde ahí observa. Observa el País de Las Maravilas como si ella fuera Alicia, porque ve color, luz, oye voces, y su carita está diciendo: ¡zein! ¡zein! …¡qué guay, es lo más!.
Claro, es que esa figurita sonriente siente que está en un cuento lleno de cuentos, y mira desde su pequeñez a lo grande, y en ese mirar a mí ella se me hace grande también, gran tesoro de pequeño crisol, símbolo de luz que acompañará siempre encendido el Bubi de Dajla.
Koro