Hamada y las niñas pasaron la tarde con las tijeras, el pegamento, la vela… Y al final, ahí estaba. ¿Estaba? Esa luz no es nada sin sus miradas. Ves la imagen y no piensas en la luz, en el farolillo, piensas en lo que está sucediendo detrás de esos ojos y de esas sonrisas. Ese, ese es el trabajo de un bibliotecario como Hamada. No leer un cuento por el cuento, sino por lo que sucede en la mente del que lo escucha, tan parecido al crecimiento espiral de los helechos, para rascar la barriga del cielo con sus dedos verdes. El Aaiun aún no tiene biblioteca, El Aaiun tiene ojos y sonrisas esperando a la luz que irradiará esa biblioteca. Inshaláh.