En la arena se escribe lo que creemos efímero, aquello que en un impulso garabateamos con un dedo, un palo o la punta de nuestro calzado. Sabemos que llegará la ola o el viento -tal vez otro dedo, otro palo, otro calzado- y lo borrará para siempre. Pero en la misma fugacidad de lo escrito está su permanencia. Esa palabra que dice mi nombre -o el tuyo-, el silencioso grito de auxilio -o de alegría-, ese palpitar de corazones cruzados por una flecha de amor -o de olvido-. Todo se desvanece como se nos van las horas y los días, pero también permanece la huella de ese momento en la memoria.
Las niñas de los campamentos saharauis escriben y dibujan y pintan sobre hojas de papel que, al asentarse en el suelo, dejarán también su marca grabada en la piel del desierto. En las hojas blancas lo escrito toma la forma de lo que queremos que permanezca para verlo más tarde. Para enseñarlo a otros niños y niñas, para leerlo en las bibliotecas de Bubisher o en la larga noche de las jaimas. Lo leído, como lo escrito en la arena, se lo llevará también una ola o el viento. Tal vez también las hojas de papel vuelen hacia otros mares, otros desiertos. Pero la escritura, la gozosa experiencia del mismo acto de escribir, permanecerá más allá del mero significado de las palabras.
Marcelo Matas de Álvaro