Uno de los pequeños milagros del Bubisher en su llegada a los campamentos, cuando apenas era aún un bibliobús cargado de libros y de sueños, fue que tenía una escalera. La única escalera del campamento de Smara. Los niños acudían en tropel para subir y bajar aquellas escaleras; y, ya de paso, alguno elegía un libro.
Una escalera en el Sáhara es más que un símbolo para una sociedad que vive a ras de tierra y que se siente abandonada en el sótano de las causas justas olvidadas. Ahora que los editorialistas se calientan la cabeza para explicar lo inexplicable (que los traicionáramos y vendiéramos hace 46 años y después los abandonáramos en el exilio de la hammada) la escalera de la foto es más que un símbolo: es una esperanza. Así se lo propusieron las bibliotecarias a los niños y niñas del Bubisher: una escalera. A dónde te lleva, hacia dónde quieres subir, qué esperas. Como la que la luna deja caer sobre el campamento en El niño de luz de plata. Y ellos han disfrutado, porque el corazón dibuja escaleras por las que despegarse del suelo duro de la existencia. La escalera conduce al sueño, a los sueños de altura, de libertad, el sueño de volar hacia la tierra que les arrebatamos, que les debemos.