Antes de que la lectura fuera una actividad privada, íntima, en la que uno se encuentra a solas con el libro, fue un acto grupal. Alguien contaba o leía un cuento y los demás escuchaban atentos en silencio. Entonces, se daba ese encantamiento que sólo puede darse a través de la palabra dicha en voz alta a la comunidad. Se producía el prodigio de la palabra compartida. Un prodigio, un encantamiento que se transformaba en mágico cuando quien contaba era el autor de lo contado. A quien le había sucedido esa historia o se la había inventado y quizá escrito. Por eso, un niño está con los ojos y los oídos atentos cuando alguien le cuenta un cuento, pero se embelesa con ello cuando quien cuenta dice: “Esto me pasó a mí o yo inventé y escribí lo que os voy a contar”. Puede ser Gonzalo o Ricardo o Mónica o Liman quienes abran la puerta de la imaginación con “El niño de luz de plata”, “El cazador de estrellas”, “Arena y agua” o “Ritos de Jaima”. Y a esa emoción compartida se añade la satisfacción de saber que, a través de estos encuentros con el autor, los niños y las niñas, el colegio o la biblioteca, contribuyen para que otros niños y niñas, más al sur, puedan seguir leyendo y escuchando cuentos. Gracias a vosotros Bubisher continuará construyendo y manteniendo las bibliotecas del Sahara, y el bibliobús seguirá su ruta entre los campamentos del desierto. Shaida y Gali, Hasana y Hamada, y todos los demás sentirán que la luna que los ilumina por la noche es la misma que, más al norte, arropa vuestros sueños.
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Marcelo Matas de Álvaro
Sahara Bubisher