En la onda

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Su pelo negro, liso y disparado en vertical contrastaba con las formas circulares que iba trazando con mejicana paciencia sobre la fachada de la nueva biblioteca de Bojador. Su calma también contrastaba con nuestra impaciencia: “¡Javi, que inauguramos el día cuatro y aún queda mucho…!” Intervalo de sonrisa silenciosa, pincel en alto, mirada serena y un “no se preocupen, estará todo listo” Faltaban apenas dos días y crecían las ondas al mismo ritmo que nuestro deseo de verlo todo acabado.

 

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Muchas veces escuchó la misma pregunta:
¿Qué significa lo que estás pintando?
El Universo en movimiento. El fluir de la vida. Lo que usted quiera que signifique.
Su interlocutor, fuera quien fuera, y recibiera la respuesta que recibiera, volvía de nuevo su mirada hacia la obra como si hubiera quedado atrapado en ella.

 

 

A eso de la una de la tarde  cuando el hambre, el calor y el cansancio apretaban y nos refugiábamos en en el interior de la biblioteca, la risa y el buen humor barrían la tensión y hasta cantábamos rancheras en un coro tan improvisado como desafinado. Momentos inolvidables en los que se amasó la amistad con la multiculturalidad entre trozos de pollo, habas y arroz. No éramos más que un todo festejando la luz, la vida, el deseo de sumar esfuerzos.
Venciendo la pereza y las ráfagas de viento que de vez en cuando nos acompañaban, volvíamos al andamio, a los pinceles, a la tienda a comprar más pintura… Un ir y venir constante de todos, excepto de Javi, que seguía con su endiablada calma inmerso en su oleaje en verde.

Javier Arango Garfias,  profesor en la Escuela de Arte de Bojador, conoció a Inés y después de que esta le pusiera al día sobre el proyecto y le explicara que nadie  que no fuera saharaui cobraba nada por su trabajo, tomó la decisión de plasmar su arte en la biblioteca de Bojador como un voluntario más del Bubisher. Y, además, montó una magnífica exposición fotográfica en la sala de reuniones.
Y en esta misma sala, pocas horas antes de que se inaugurara la biblioteca, nos sorprendió a todos con una instalación en la que el mapa del Sahara, en tela negra y sobre el suelo, se veía dividido por el muro que Javier construyó con vasos blancos llenos de zumo rojo.  Los presentes en la inauguración fueron invitados a beber el zumo y tirar el vaso, destruyendo simbólicamente la línea mortal que separa al pueblo saharaui de su tierra.

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Javier ya se ha ido a Méjico, pero cuando regrese, tal vez,  todas las bibliotecas Bubisher puedan  llevar  su firma y mostrar su arte.

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