EN CASA DE AHMET

A todos los voluntarios que ya tenéis fecha, a los que lo estáis pensando y a los que vendréis. Os pido que leáis este post, escrito hace apenas una semana por Luis Leante, el autor de «Mira si yo te querré», magní­fica novela sobre el sufrimiento del pueblo saharaui. Aunque largo os enseñará un poquito del HOMBRE, sí­ con mayúsculas, que nos está acogiendo en su casa.

GRACIAS AHMET.

«Ahmet el Rubio ha aprendido a no llorar con los ojos, sino con el corazón. Tiene cincuenta y siete años, una casa de adobe, un puñado de libros y una antena parabólica con la que está conectado al mundo. Escucha la radio por la noche desde que era un niño, es seguidor del Real Madrid y, paradójicamente, preside la Peña del Barí§a de los campamentos de refugiados saharauis. Cuando habla, lo hace sin levantar la voz, como susurrando.

Ahmet el Rubio nació en Villa Cisneros, en la antigua provincia española del Sáhara Occidental. A los diecisiete años ya habí­a estado en la cárcel por sus ideas polí­ticas. Estudiaba en el instituto, cuando una noche alguien le aconsejó que escapara antes de que fueran a buscarlo. Marruecos estaba invadiendo su paí­s por el norte y Mauritania por el sur. Huyó con lo puesto. Primero, a Canarias. De allí­ marchó a Madrid. Cuando se enteró de que la Marcha Verde de Hassan II habí­a provocado el éxodo de 75.000 compatriotas suyos al desierto argelino, tomó un avión y se unió a su pueblo. En la mochila llevaba un libro de Federico Garcí­a Lorca, una foto del Che y una cinta de cassette de Serrat. Sólo su padre habí­a conseguido escapar de Villa Cisneros. El resto de la familia se quedó allí­ para siempre.

Ahmet el Rubio pasó dieciséis años en el frente, luchando contra el ejército marroquí­. Cada seis meses iba a los campamentos de refugiados saharauis a pasar unos dí­as, pero allí­ no tení­a a nadie. Su padre estaba en otro punto del frente. Durante ese tiempo sólo se vieron tres veces, y nunca más de cinco minutos. Cuando en 1991 se firmó el alto el fuego con Marruecos, se quedó definitivamente en los campamentos. Ahora vive en Auserd, en la daira de Zug, acompañado por su mujer, sus tres hijos, un puñado de libros y de pelí­culas y una memoria prodigiosa.

Ahmet el Rubio volvió a ver a su madre treinta años después. Regresó a Villa Cisneros con un grupo de la ONU y se dio de frente con su pasado. Su madre conservaba aún sus pantalones vaqueros de campana, sus zapatillas de deporte, los libros del instituto y un magnetófono que Ahmet compró con sus ahorros. Todas las noches, antes de acostarse, la mujer entraba a la habitación de su primogénito y contemplaba esos objetos que mantení­an viva la memoria de su hijo. Me lo cuenta susurrando, como si temiera que el viento del desierto se llevara sus palabras.

Ahmet el Rubio visitó su ciudad, tres décadas depués, y no reconoció nada. La escuela, situada en el fuerte militar, habí­a sido derribada como todo el edificio colonial. El cine Lumen y el cine Sáhara ya no existí­an. Sólo encontró en pie el instituto. Y en un rincón, grabados en las paredes seguí­an los nombres de sus compañeros de estudios. Pasó la mano sobre ellos y sus rostros aparecieron de repente. Algunos habí­an muerto en el frente, de otros no sabí­a nada.

Ahmet el Rubio es un testimonio vivo. Lo animo para que escriba sus memorias, y me dice que sí­, que lo está pensando. Alguien tiene que contar la historia de Hussein, que murió por una esquirla de metralla que se le clavó sin que nadie se hubiera percatado de la gravedad de su herida. Alguien tiene que hablar de los dieciséis años en el frente, oyendo la radio española, la música de su juventud, sus señas de identidad. Una noche mientras el ejército saharaui avanzaba en silencio para romper las lí­neas marroquí­es, Ahmet sujetaba con una mano el fusil y con la otra escuchaba la radio. De repente, el locutor mandó un saludo desde España para el pueblo saharaui; era Jesús Quintero. A Ahmet se le heló la sangre. Se lo contó a sus compañeros y todos corrieron a escuchar la radio. La operación estuvo a punto de fracasar por el alboroto. Otras noches, mientras hací­an guardia, escuchaban el mí­tico programa Vuelo 605, de íngel ílvarez, y muchos tení­an que alejarse a llorar cuando sonaban las canciones que habí­an bailado con sus novias.

Ahmet el Rubio me cuenta todo esto dentro de un todoterreno, en mitad del desierto. Sólo se oye su voz y el viento. «Hace tiempo que no lloro con los ojos —me confiesa en voz baja—. Ahora sólo lloro con el corazón”. Después, trata de sonreí­r, pero no lo consigue.

Luis Leante.

3 respuestas a EN CASA DE AHMET

  1. me gusta entrar a leeros , porque sé que son cosas que salen de lo mejor del ser humano, ese que aflora cuando deja de mirar para sí­, y piensa un poco en los demás.
    Un abrazo

  2. Perdón por el fallo técnico…

    El Rubio…bellí­sima persona que tuve el honor de conocer…
    Un saludo de la canaria de Artifariti, «Tirma» como me decí­as 😉

  3. es una historia realmente conmovedora, la he leido mientras las lágrimas iba fluyendo por mis ojos, porque yo aun no se llorar sólo con el corazón.
    lo peor de todo esto es que los campamentos están llenos de historias tan tristes como la de ahmed.
    ojala, algún dí­a dejen de sufrir.

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