Era una tarde soleada de primavera cuando Nora y Horria decidieron reunirse en la biblioteca Bubisher, como lo hacían habitualmente desde que el pájaro de la buena suerte se instaló en el campamento. Su lugar favorito era aquel banco de hormigón ubicado en el patio de la biblioteca testigo de sus risas, secretos y sueños.
Nora llegó primero, siempre puntual y meticulosa. Tenía una imaginación infinita, soñaba con ser una escritora famosa y recitaba las historias que creaba. Sacó su cuaderno y pronto fue interrumpida por los pasos de Horria. ¡Siento llegar tarde! No te preocupes respondió Nora, me gusta empezar a leer mientras te espero.
Para las dos amigas, aquel banco era su universo, un lugar donde el tiempo se detenía y ellas podían ser simplemente quienes eran, sin preámbulos ni reservas.
Horria, anhelaba ser maestra en las escuelas públicas de un Sahara Occidental a orillas del mar.
A pesar de sus diferentes sueños, compartían el mismo entusiasmo por el futuro.
La tarde dio paso a la noche y antes de volver a sus jaimas prometieron que cuando llegarán a cumplir sus sueños, siempre recordarían la simplicidad y la magia de esos días de juventud en el banco de la biblioteca.
A medida que crecían, ambas amigas se enfrentaron a desafíos. Nora, dudaba de su talento al compararse con los muchos autores experimentados y laureados que había conocido a través de la biblioteca. Horria se preocupaba por no tener los recursos suficientes para estudiar en una universidad lejos de su hogar. A pesar de estos obstáculos, las amigas se apoyaban mutuamente, recordándose sus promesas de nunca renunciar a sus sueños.
Años después, Nora público su primer libro con un éxito rotundo en todo el mundo, miles y miles de personas lo leyeron. Horria, después de convertirse en maestra, fue nombrada Ministra de Educación en un Sahara Independiente y Libre.
Las dos amigas fieles a su promesa, regresaron al pequeño banco de la biblioteca Bubisher. Sentadas allí, compartieron sus éxitos y revivieron aquellos recuerdos llenos de esperanza y amistad.
El banco seguía en el mismo lugar, igual de firme y bonito, recordándoles que, a pesar del paso del tiempo, algunas cosas esenciales permanecen inmutables. La amistad y la capacidad de soñar siempre serían su refugio más seguro.
Cándida Santiago