ELLAS JUEGAN. ELLAS APRENDEN.

En una biblioteca Bubisher, un grupo de mujeres se sientan en círculo. No hay pupitres, a veces tampoco cuadernos. Lo que sí hay es risa, palabras compartidas y un puñado de juegos sencillos que esconden algo grande: el deseo de aprender a leer.

Los juegos de palabras (rimas, adivinanzas, trabalenguas, acertijos) permiten que el aprendizaje de la lectura sea una experiencia lúdica y emocionalmente positiva.  Más allá de su función didáctica, los juegos simbolizan algo más profundo: el derecho a entrar en el mundo del lenguaje sin miedo, con curiosidad y creatividad.

Cuando una mujer  juega con las palabras, no solo las decodifica; las habita, las transforma, las hace suyas. En comunidades como la saharaui que han sido desplazadas y desprovistas de recursos educativos, esto tiene un valor casi revolucionario.

Simbólicamente, jugar con palabras es jugar con el poder. Leer no es solo saber lo que dice un texto, es poder nombrar, entender y transformar la realidad.

En cada palabra conquistada, en cada juego compartido, florece no solo una lectora, sino una persona sujeta de derecho ,una creadora de relatos, una mujer que ya no necesita que nadie le lea su destino.

Estas mujeres en círculo llenas de colorido, están diciendo al mundo.

“Mi voz cuenta. Mi historia vale. Mi risa también es lenguaje”

Cándida Santiago

 

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