EL SÁHARA OCCIDENTAL Y LA PALABRA

El pueblo saharaui formó un sistema de transmisión cultural casi perfecto a lo largo de su historia de siglos. Los maestros eran lo abuelos, que en las largas veladas en la jaima o alrededor del fuego, enseñaban a sus hijos y nietos sus tradiciones, sus leyendas y cuentos, sus leyes no escritas y su Libro Sagrado. La palabra era de aire, pero el hilo que unía a las generaciones era de acero. Luego llegó el colonialismo, después la invasión, y por fin la guerra. Y al salir de ella, ya nada era como antes. Ahora el aire está ocupado por las ondas de la telefonía e internet, y el mundo por una cultura global en la que la tradición se diluye. Para conservarla, para hacer que el pueblo saharaui no pierda sus raíces en ese soplo viciado y trivial, no hay más camino que la palabra escrita, la palabra leída. Por fortuna, son muchos los saharauis, cada día más, los que ya se han adentrado en ese camino. Toda la Generación de la Amistad, y también muchos otros como Larossi Haidar, Baida Embarec Rahal, Ebbaba, Ahmey Mulay “Bazoka”, Sidi Telebbuia, Lehdia Dafa, Brahim Chagaf en el cine, Sulaiman en el arte, y un largo etcétera, así como decenas de jóvenes que desde los campamentos, la diáspora o sus centros de estudios en Argelia, se están incorporando a la cultura escrita, algo por lo que Bubisher trabaja desde hace doce años. Y no se trata solo de mantener viva la conversación de siglos entre generaciones, sino también de dar visibilidad de la lucha por la supervivencia y el derecho de una cultura nómada que, como dice el filósofo Yuval Noah Harari, representa lo mejor del ser humano, el que no daña la tierra, el que acepta sus dones y los comparte, el que solo pide a las nubes que descarguen vida sobre el desierto fértil, el que tiene un nombre para cada hierba, cada flor, cada pensamiento y cada sentimiento de ese desierto habitado. El sueño de Chej el Maami de aunar tradición oral y palabra escrita, está más vivo que nunca. Avivemos aún más el fuego de la palabra.

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