EL PODER DE LA ESCRITURA

Dar voz a los niños y niñas, una voz que perdure, que se levante y luche contra la arena del olvido, es también uno de los logros de este pequeño pájaro, el Bubisher, que trae las buenas noticias de la literatura a los campamentos de refugiados saharauis. Porque la palabra escrita no se la lleva el viento, es huella y también camino. Nombra y es capaz de transformar lo nombrado.

Escribir para construirnos, para saber quiénes somos y dejar constancia de nuestra tradición y nuestro porvenir. Escribir para impedir que los insolentes vientos del norte, más abrasadores y secos que el simún, borren la huella del pueblo saharaui y el retorno a su tierra esté cada día más cerca. Escribir para transformar los horizontes de arena, la desolación luminosa y vasta de la hammada, para crear de la nada paisajes y bosques, amores, tragedias. Escribir para acercarse al mar. Para recuperarlo.

Todo eso es lo que hacen estos niños y niñas con su carta escrita al presidente de los Estados Unidos, con sus cuentos y sus poemas, que anotan sobre las mesas del Nido, contra la chapa del camión que les lleva libros, sobre las escaleras de la biblioteca, en hojas sueltas o cuadernos. Qué hermosa es la mirada del niño que escribe. La de la niña que construye con palabras un nuevo mundo. La del joven que, escribiendo, rompe los límites de la realidad. La de aquella muchacha que transforma su historia y su destino al escribir, y con él, quizás, el de todo su pueblo. Soñar, escribir, levantar la mirada y echarse a andar por la palabra escrita hacia el futuro.

Un pueblo que escribe conserva su memoria.

Un pueblo que escribe construye su camino.

Mónica Rodríguez

 

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