EL PLACER DE CAMBIAR LAS COSAS

( UNA MAÑANA EN EL CP JOVELLANOS,  DE GIJÓN )

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Han sido tantos los colegios o institutos en los que el Bubisher ha sido parte de la educación este año, que es mejor no hablar más que del último en el tiempo para no olvidar a ninguno. Esta semana, el colegio Jovellanos, de Gijón, ya un clásico en nuestra pequeña historia bubishera, ha dado otra lección magistral. Los profesores a los alumnos, los alumnos a los profesores, y todos a los padres, y los padres a todos. Con la celebración de un mercadillo solidario se demostraron a sí mismos algo que debería ser asignatura obligatoria en todos los centros: que si cada uno solo es poco, juntos somos mucho.

Porque el resultado no es pequeño: trabajar una semana para que los saharauis tengan bibliotecas todo el año. Sin colegios como el Jovellanos, eso no sería posible. Y en la reunión con todos los alumnos de 5º y 6º, nos demostraron que no ha sido una actividad ligera, un poco de ayuda “a los niños pobres”, sino un mucho de solidaridad, de convencimiento total de que se leer es un derecho que pertenece tanto a los chicos de Gijón como a los del Sáhara. Preguntas profundas, razonamientos mucho más allá de la superficialidad, incluso petición privada de información de algunos chicos para ir al Bubisher como voluntarios.
Todo ello, por supuesto, gracias a un buen trabajo, de los de todo el año, de Mario, un director que cuenta con la simpatía de todos los alumnos, y de Marian, una luchadora, así como de todos los maestros que se unieron a la iniciativa.
Para nosotros es maravilloso pensar que todos esos niños, profesores y padres, pueden ver con orgullo las fotos y videos de las tres bibliotecas, y sentir que buena parte de aquel milagro les pertenece. En un momento de la charla les hablamos de la niña de Bojador que nunca había visto una biblioteca, que entró en la del Bubisher la mañana del día que se iba a inaugurar, y de que al entrar se quedó boquiabierta ante aquella “pastelería de cuentos”, dispuesta a saciar su hambre. Una de las niñas del Jovellanos lloraba discretamente cuando escuchaba aquello, y en ese instante se convertía en hermana de la niña saharaui. No era para menos: con un poquito de esfuerzo, había abierto un camino para su nueva hermana. Seguro que en ese momento recordaba su granito de arena, y comprendía que el premio era mucho mayor que el esfuerzo hecho.
Cuando salíamos con el cheque de 800 euros debajo del brazo aún resonaba en nuestros oídos el “Mano con mano”. Y es que no se podía entonar con más sentido. Un Jovellanos, diez, cien, y cambiaremos algo para que todo cambie.

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