¡Ah Tiempo ingrato! ¿Qué has hecho?
Diego Laínez, Las Mocedades del Cid, de Guillén de Castro. Citado por Azorín en Castilla
Cuando el padre Alfredo o padre «pitillo» estaba en El Aaiun -permaneció en el «territorio» entre 1965 y 1970- el fundador de la Orden de los Oblatos de María Inmaculada, Eugenio de Mazenod, aún no había sido beatificado. En aquellos años se suscitaron en la Iglesia las controversias del Concilio Vaticano II, que entre otras cuestiones estableció que la misa en lugar de utilizar el latín empleara el idioma local.
Aquellos jóvenes sacerdotes oblatos eran entusiastas y alineados con las tesis del Concilio. La sociedad provinciana de esposas de militares les denominaba los «curas ye-ye». Había alguna resistencia verbal en las conversaciones al abandono del latín y de la tradición, y acerca del error del «modernismo» pero nadie se opuso a que fueran profesores en el Instituto General Alonso y nuestros formadores tanto en la asignatura de religión como en otras que impartían. Los militares tenían en sus respectivos acuartelamientos la asistencia religiosa de los sacerdotes castrenses, menos propensos a cambios teológicos y terrenales.
Aquellos curas forman parte de los recuerdos de nuestra juventud: el padre Alfredo o «padre pitillo» (Alfredo Fernández González, Castromudarra, León, 1939), el padre Rafael (Rafael Álvarez Muñiz), el padre Amador (Amador de Lucas Villafañe, Villamartín, León) y los padres Angel Arnáez, Teótimo González, Laureano Gómez, Antonio Tacoronte…Por alguna razón que desconozco había un importante contingente de leoneses.
De aquellos curas, con los que tuve mayor relación fue con el padre Alfredo, el padre Rafael, y “Monseñor” que era el prefecto apostólico Félix Erviti Barcelona. Era un hombre dialogante, revestido de autoridad y muy respetado que estuvo en su función durante 40 años, incluso con posterioridad a la ocupación marroquí. No creo que se aviniera fácilmente a maniobras y conciliábulos reprobados por la fe. Tenemos constancia de su indignación cuando un coronel de La Legión decidió traer un contingente de prostitutas a El Aaiun para aliviar los ardores de los legionarios allí destinados (pero sin la finura literaria de Vargas Llosa en “Pantaleón y las visitadoras”). La bibliografía existente sobre el lamentable proceso de salida de España del Sáhara sugiere que Monseñor Erviti pudo conocer en detalle, posiblemente mediante confesión, las circunstancias de la detención y asesinato extrajudicial de Basiri en junio de 1970.
El padre Rafael (Rafael Álvarez Muñiz) era alto y fuerte, tenía una complexión imponente y rostro de visionario. Cuando el coro de monjas que desarrollaba sus labores de enfermería en el Hospital General, cercano a la Iglesia, entonaba los cánticos en los oficios religiosos, el padre Rafael sentado al piano las sobrepasaba en altura. Solía ser expeditivo en la resolución de conflictos en clase y en el patio y tenía una mano enorme y propensa a la acción.
Tuve la mala suerte de chocar con esa mano en dos ocasiones: una fue cuando falleció de un infarto Arriaga nuestro profesor de dibujo mientras jugaba al fútbol. Era nuestro primer muerto y muchos alumnos fuimos a la iglesia al velatorio. Al padre Rafael le debió parecer algo morbosa aquella afluencia y nos disolvió de un tortazo que casualmente me alcanzó a mí.
Tiempo después unos cuantos compañeros de clase y yo mismo espiábamos en el gimnasio cómo se cambiaban de ropa nuestras compañeras de curso. El padre Rafael nos sorprendió desde detrás de una columna y, abrazándola, nos golpeó con ambos brazos. Salimos despavoridos pero tuve la mala fortuna de que me alcanzara en el oído derecho y estuve varios días mareado y con un sonido persistente que daba cuenta – como una sirena portuaria- de mi pecado de “pensamiento”.
Muchos de ellos apoyaron de por vida la causa saharaui, y hoy – que hablamos en estas páginas del Bubisher de libros, alumnos y maestros- es preciso recordarlos.
Emilio Sánchez Blanco